Nadie discute la autoridad de Francisca
y consigue salir airoso de ello.
Este parece que es el lema y casi
siempre la realidad, pero también existe la posibilidad de que alguna vez las
cosas no salgan como ésta tenía previsto, o eran sus deseos. Y que suceda que, por
una vez, prevalgan los de los demás.
Seguramente Mariana y Nicolás no lo tendrán fácil
para salir adelante. Es evidente que dejar a la doña en la estacada tendrá sus
consecuencias a corto o medio plazo. Porque es claro que, aunque Francisca nunca lo reconocerá,
Mariana se había convertido en una persona imprescindible en La Casona. Y es
cuando se ha marchado, cuando ésta ha sido consciente de ello y de lo que
significa dejar de contar con sus inapreciables servicios. Pero en su afán de
dejar sentada la distancia que supone ha de haber entre ellas, y haciendo gala
de una inquebrantable soberbia, la única posibilidad que tenia de que Mariana volviera
a su antiguo empleo se ha ido al garete. Aunque en realidad no creo que tuviera
ninguna, porque la determinación de ésta parece firme y definitiva. Los lazos
que la unían a La Casona se han roto para siempre.
Porque Mariana ahora tiene una nueva
vida y nuevos horizontes, y en ellos no está incluido el continuar sirviendo a una
déspota y desagradecida persona, a la que ha devuelto con creces el supuesto
favor que le hizo al emplearla cuando salió de prisión. Se ha ganado a pulso la libertad de la que ahora goza, aunque es cierto que nadie es libre del todo,
y quizás ser dueña de su propio negocio no será tan fácil.
Pero durante unos días ha podido
vivir esta sensación de libertad, al lado de la persona a la que ama y a la que
ha unido su vida. Y lo ha podido hacer cumpliendo además un anhelo que
considero debía ser común a muchas personas de tierra adentro, que seguramente jamás
tuvieron la ocasión de ver cumplido su sueño: ver el mar.
Y puedo entender este deseo. Para
casi todos los que vivimos tierra adentro, creo que el mar tiene una fascinación algo más especial, y las palabras de Mariana expresan mejor que nada esto: “Mete los
pies dentro del agua. Cierra los ojos, aspira su aroma, déjate acunar por su suave rumor y es como si estuvieras en otro mundo. Y cuando los abres, su inmensidad
sobrepasa todos sus sentidos”. Aunque he tenido numerosas ocasiones para verlo
y disfrutarlo, siempre a su vista siento como si fuera algo que me sobrepasa. Más
cuando puedo sentirme privilegiada de tener cerca este mar que una veces choca
contra costas talladas u otras veces baña playas de arena fina, pero siempre con el
color especial como el que existe en mí querida tierra catalana.
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