6 de junio de 2014

Un abismo que crece

La primera tentación que una tiene al ver a María otra vez en La Casona, es pensar que esta chica no escarmienta. Y es cierto que aún llega a sorprender que siga insistiendo en un acercamiento a su madrina, cuando parecía que los lazos con ésta ya se habían roto definitivamente y que María había aceptado que jamás nada volvería a ser lo mismo. De hecho, aunque consiguiera recomponer de alguna manera la relación tampoco podría ser igual que antes, porque por el camino han quedado muchos desencuentros y acciones que es imposible de olvidar. Aunque quizás si de perdonar.
Pero parece que ante todo lo que existe son unos vínculos que son difíciles de romper y unos sentimientos difíciles de ahogar. Una larga convivencia con alguien que le ha dado amor y calor de hogar puede dejar una huella indeleble. Porque junto a Francisca, María ha vivido una infancia y adolescencia feliz y despreocupada, aunque al final se ha demostrado que el cariño de la doña tampoco era incondicional y que, de alguna manera, buscaba en la chica su prolongación. Cuando ésta la ha decepcionado o se ha desviado del rumbo marcado, no ha dudado en apartarla de ella.
Pero en María hay algo más que agradecimiento, y se trata de conciencia. Y alguien diría que de buena es tonta, pero no creo que haya que censurarla porque sea buena persona y le duela ver sufrir a alguien a quien ha querido y por la quien aún conserva cierto cariño. Evidentemente no es todo lo rencorosa que se podría esperar de alguien que ha sido traicionada y dejada en la estacada por una persona muy importante para ella. Y que después ha sido repudiada por esta misma persona, solo porque, según una normas decimonónicas y de conveniencia, ésta piensa que la ha puesto en evidencia. Anteponiendo las apariencias a lo que realmente es importante.  
Por ello cuando oigo a Francisca hacerse la víctima y utilizar lo que considero malas artes para hacer que María se sienta culpable, no puedo más que sentir indignación y, por descontado, nada de pena por la mujer. Es cierto que la chica ha madurado y que ya no es tan fácilmente manipulable, pero aun así la doña sabe por dónde puede hacer daño, y lo utiliza. Porque culpar a María del alejamiento y de su soledad es lo último, cuando ella es la única culpable. Entiendo que Francisca està acostumbrada a hacer su voluntad, básicamente porque nadie se atreve a enmendarle la plana, pero esperar que sean siempre los demás quienes se humillen y retrocedan, aun teniendo la razón, quizás ya sea pedir demasiado. El día que aprenda a reconocer sus errores, quizás consiga que las cosas sean de otra manera.
Pero mientras tanto , el abismo que la separa de María va creciendo.

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