Estoy convencida de que los
temores mostrados por D. Anselmo son sólo una estrategia de los guionistas para
que nadie olvide (como si ello fuera posible), que la amenaza de la vuelta de
Fernando es algo que nunca hay que descartar por completo.
Pero dejando aparte el hecho de
que el sacerdote hoy me ha parecido un cenizo estropeando con sus inquietudes un
momento que podía ser bonito, he decidido hacer lo mismo que Martín. Poner en su justo lugar las
amenazas de Fernando, tomándolas como los últimos coletazos de un ser abyecto que
se sabe perdido y quiere poner en práctica aquello de “morir matando”.
Aunque es evidente que sería un
error bajar la guardia y no darle importancia. Sin embargo Martín y María tampoco
pueden dejar que un miserable les arruine lo que tanto les ha costado
conseguir. Vivir con la angustia permanente por algo que ahora mismo es remoto,
puede condicionar su existencia e impedir que les sucedan cosas buenas, además de
ser el primer obstáculo para la felicidad. También es cierto que el temor está
presente en muchos ámbitos de la vida, y siempre habrá algún motivo que lo haga
manifestarse. Y para la pareja en este momento es que le pase algo a Esperanza,
pero también que suceda algo que les arrebate lo que finalmente tienen al
alcance.
Aunque tampoco es posible hacer
mucho, más que tomar precauciones. Quizás ya es el momento, por ejemplo, que
pongan una cerradura en la puerta y el que quiera hacerles una visita que llame
al timbre.
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