Dicen que más vale tarde que
nunca. Pero han tenido que pasar tres semanas, veinte muertos y decenas de
afectados para que la doña se decidiera a mover un dedo por sus vecinos, cuando
ha quedado demostrado que con una simple llamada (eso sí, con algo de amenazas
incluidas) podía aliviar los sufrimientos de la gente. Y lo que es aún más
importante, conseguir ayuda médica.
Queda en el aire la pregunta de
si hubiera llegado a hacerlo nunca, si no fuera porque también ha caído Mauricio,
y si además ello no se hubiera ayudado por el empujón de Mariana, que al
parecer le ha puesto los puntos sobre las íes. Aunque no sé si esto último habrá
sido decisivo o no.
Pongámonos en que finalmente hay
un atisbo de esperanza. El ejército ha levantado el cerco parcialmente, Martín
ha vuelto con el antídoto y hay un equipo médico desplazándose hacia el pueblo.
Pero la doña, sin saberlo, ha
hecho algo más. Ha evitado una rebelión y un posible derramamiento de sangre.
El sentimiento de injusticia ha
ido calando entre la gente y sólo ha bastado que alguien lo pusiera sobre la
mesa para que los ánimos se encendieran. No es de recibo mantener a todo un
pueblo aislado sin motivo, y llega un punto en que el vaso se desborda y la paciencia
se agota. Porque ningún responsable político se ha molestado en averiguar que sucede realmente y
si las medidas tomadas son las correctas. Es evidente que para no sembrar el pánico se ha optado por lo más drástico, aunque ello suponga la muerte de todo un
pueblo. Pero no han contado con las gentes de este pueblo y que no se iban a
quedar de brazos cruzados.
No he podido evitar buscar las
similitudes con lo que vivimos actualmente. Pueden haber pasado noventa y tres años,
cambiado cosas y avanzado en muchas otras, pero hay algunas que aún perviven. Una
de ellas sigue siendo la distancia que hay entre los que gobiernan y la gente
de la calle y sus necesidades. Para esto no ha pasado el tiempo.
Y de la situación de rebelión larvada,
también ha quedado patente algo más. La capacidad de liderazgo de dos hombres
que son igual de tenaces y valientes, que no dudan en enfrentarse sin más armas
que sus manos, y sin ningún temor, a todo un pelotón pertrechado con fusiles. Son
Alfonso y Conrado.
Porque Conrado ya es uno más, y su palabra cuenta.
Porque Conrado ya es uno más, y su palabra cuenta.
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