Dice una antigua leyenda celta
que un día los humanos y los ángeles tuvieron que dejar de vivir juntos. Pero, antes
de despedirse, cada ángel dio a su protegido un colgante esférico que sonaba
como una campanilla, con la promesa de cuando su poseedor lo agitara, el ángel acudiría
en su ayuda. Eso sí, con una condición: cada persona tendría su propio colgante,
con un sonido peculiar y exclusivo para ser reconocible por su ángel-guía. Si se
contravenía esto, la protección desaparecía. Sólo había una excepción: la madre
y su bebé, mientras éste se encuentra en gestación. Ya que en este caso
comparten el mismo ángel.
No sé muy bien si en este caso el
llamador de ángeles es de Francisca o de María, pero dejando aparte lo fantástico
del tema, el caso es que la doña sí parece que tenga un ángel guardián, aparte
de Mauricio. Porque si parecía que le estaba fallando el sexto sentido, este
simple objeto ha sido capaz de devolverla a la cruda realidad, y ponerla ante
la evidencia. Que no es otra que su primo se la está jugando.
Y también ha hecho que además se
haga cargo de otra evidencia. Que su fiel capataz estaba en lo cierto y ella no
le ha escuchado. Esta vez ha sido una de las escasas ocasiones en las que hemos
visto a Francisca dándose cuenta de que no es infalible, y especialmente de que
ha tenido durante mucho tiempo a su lado a una persona en la que podía depositar
completamente su confianza, sin fisuras, y a quién es posible que no haya prestado
demasiada atención o no haya correspondido suficientemente. Por ello quizás también
hemos visto a una Francisca desnudando su alma sin reparos, mostrándose humana
y preocupada sinceramente. Hasta el punto de cuidar personalmente de este
hombre, que al parecer le importa más de lo que nunca admitiría en público.
Sólo espero que ahora se dé
cuenta de en quien realmente puede confiar e incluya en esta lista también a
Mariana, una fiel sirvienta que, al igual que Mauricio, ha soportado sus
desprecios sin rechistar, pero sin abandonarla y preocupándose por ella.
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