¡¡Vaya tacto el de D. Anselmo!! Parecía que su intención al ir al Jaral era intentar darle una mano a Martín con
María, y lo que ha conseguido es estropearlo aún más. No dudo que sus
intenciones eran buenas, pero ha puesto ante María una cuestión que hace que me
ponga sin fisuras del lado de la chica. Pretender que acepte sin más los hechos,
volviendo a aconsejar que acepte los designios del destino, o lo que es casi lo mismo, al tema cansino de la resignación cristiana, me parece cuando menos
un camino poco apropiado para dirigirse a una persona que, en este momento, está
visiblemente resentida con un dios que parece empeñado en destrozarle la vida.
Sé que se ha hablado muchas veces
de este tema y que yo misma he dejado muy clara muy postura sobre el mismo, pero
aun entendiendo las razones a las que apela el sacerdote, basadas en unas arraigadas creencias sobre el más allá y el destino de los que han abandonado
este mundo, no veo la necesidad de las prisas para cerrar esta etapa y hacer
borrón y cuenta nueva. No es fácil suturar una herida de este calibre y sólo el
tiempo puede ayudar en ello. También es cierto que hay personas que se aferran
a su fe para conseguir salir de este pozo, pero incluso Martín que ha vivido
intensamente la religión, ha dudado de los designios de este supuesto ente
superior que parece tener como única misión procurarles padecimientos.
Por si no fuera poco, esta misma
poco afortunada intervención del sacerdote ha tenido efectos colaterales: abrir
una brecha entre los dos amantes, ante la diferente manera de encajar lo que
parecen hechos consumados.
Martín tiene además un
sufrimiento añadido: el de la impotencia ante su incapacidad para ayudar a
María y lograr que ésta busque el consuelo en él para compartir su dolor. Ya que Martín también sufre, aunque parece que está asumiendo que tiene que ser fuerte
por los dos, que solo de esta manera podrán salir adelante.
Pero necesita ayuda. Y quien mejor que la persona que es para él como una segunda madre, la mujer que en los últimos
tiempos ha estado a su lado de manera incondicional y sin reservas, la que le
ha dado apoyo, consejo y por encima de todo cariño. De verdad que se me ha
hecho un nudo en el estómago al percibir detrás de las palabras de Martín, un
grito desesperado de petición de ayuda. Y después una inmensa pena al ver como
su súplica es rechazada, además con unos modos impropios de la mujer que él
conoce y quiere.
Una mujer que aparentemente
esconde unos motivos muy fuertes para actuar como lo hace. Su desesperación al ver marchar a Martín hundido, pero especialmente su puño levantado al
vacío, maldiciendo a alguien en el piso superior, da buena cuenta de ello. Y por descontado que no es al pequeño que se cobija allí, sino a alguien que probablemente coarte sus actos y la obligue a comportarse como lo hace.
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