25 de abril de 2014

Las orejas del lobo

Parece que por fin se le empiezan a ver las orejas al lobo, pero con la edad a la taimada Francisca se le deben haber formado cataratas en la vista y ni siquiera parece considerar las consecuencias del espejismo que le ha puesto por delante su primo. ¿Será verdad que los años no perdonan, o se trata de que realmente se siente sola y desamparada y se aferra al clavo ardiendo que le brindan sus primos, cuya presencia se intuye cada vez más que trae aparejadas intenciones aviesas?   
No hay que ser muy despierto para ver que el talón de Aquiles de la doña se resume en dos términos: poder y dinero. Y aprovechando esta posible vulnerabilidad, parece que Fulgencio va a hacer lo que se propone. Que, aunque aún no sabemos de qué se trata, tiene todos los visos de ser una venganza.
Aun así, sigo sin creerme del todo la posibilidad de que Francisca caiga en el cepo que al parecer le está preparando Fulgencio. Es cierto que se ha demandado, por activa y por pasiva, que los malos paguen por sus desmanes, y también considero que la doña encabeza por méritos propios esta lista. Porque el hecho de que lo pasara mal en el pasado y no lo tuviera fácil para salir adelante en un mundo en el que los hombres ataban y desataban a voluntad, no justifica de ningún modo todo lo que ha hecho y lo que está haciendo aún ahora. Pero acostumbrados como estamos a que los malos se vayan siempre de rositas, esta hipótesis es casi tan fantástica como que los burros vuelen.
Lo que estoy casi segura es que Fe es ajena a todo ello, por mucho que su ama la trate con mucha más cercanía que Francisca a sus sirvientes. Y me cae bien esta chica pizpireta, con una lengua más bien desatada, pero aparentemente con un buen corazón.
Y hablando de quién paga y quién no. Parece que ni siquiera los perros están a salvo en este maldito pueblo. 

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