16 de abril de 2014

La cuna vacía

Realmente encoge el corazón, cada día un poco más, la situación de desconsuelo de Martín por la pérdida de su hija. Pero parece que al mismo tiempo va llegando la asunción de ello y la herida va dejando de sangrar, aunque nunca logrará cerrarse hasta que, como él mismo ha dicho, la realidad se le ponga delante y vea con sus propios ojos lo que se empeña en negar. Mientras no sea así, seguirá aferrado a lo que cada vez parece más una quimera , aunque no por ello va a dejar de buscar a su pequeña.
Martín ha sufrido mucho en su joven existencia, algo a lo que uno nunca puede acostumbrarse y menos aceptar con resignación. Pero aunque este nuevo golpe que el destino le ha procurado le puede marcar para siempre, lo que no puede permitirse es desfallecer, porque aún tiene a María y ha de luchar por ella. Ha de volver a tomar las riendas y erguirse en su infortunio, llorar para sus adentros y tirar para adelante.
Aunque no puede afrontarlo solo. Es demoledor verlo arrodillado al lado de la cuna vacía, impotente y destrozado por el dolor. Pero también es bonito verlo levantarse y afrontar con determinación la que va a ser una nueva existencia sin la hija que les colmó de felicidad a él y a María.
Alejar la cuna no es más que un acto desesperado, aunque necesario y comprensible. El vacío seguirá estando ahí, y sólo el tiempo y el amor podrán llenarlo, que no reemplazarlo.
Pero mientras la situación de María le puede dar una tregua y evitar pensar demasiado. Porque como le ha dicho a Conrado, si se empeña en aferrarse a un imposible es para no perder el juicio, y mientras no vea el cuerpo sin vida de su hija va a conservar la misera esperanza que le queda.
La vida no suele ser fácil para casi nadie, pero a él no le ha dado tregua. Y aún le resta por lidiar una parte a la que teme: enfrentarse a María y decirle que no podrá ver más a su hija, que ha sido incapaz de encontrarla. Porque es claro que María vivirá , pero el dolor no se lo podrá evitar. Como tampoco puede evitar sentirlo él.

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