Hay muchas maneras de vivir con el dolor o
sobrellevarlo.
Hay quien lo hace en silencio,
refugiándose en la soledad y cerrando todas las puertas, como María. Y hay
quien decide gritarlo al viento, descargando toda su desesperación y mostrándose incluso amenazador, como Martín.
Ha sido un momento sobrecogedor, en el que
toda la rabia de éste ha salido a flote, renegando de un maldito destino que no
le da tregua. Como ese dios que, de existir, parece dispuesto a ponerle a
prueba continuamente, a pesar de haberle dedicado su infancia y adolescencia, e incluso estuvo a punto de hacer lo mismo con su futuro. Pero el grado de fe de cada uno también cuenta y
aparentemente la de Martín ha llegado al límite del aguante. Ha rozado el cielo
con los dedos y lo ha tenido casi todo, pero lentamente, una a una, va
perdiendo todas las cosas que habían conseguido reconciliarle con la vida. Su
madre, su padre y su hija se han quedado por el camino (bueno, ésta última temporalmente,
aunque él no lo sabe), pero no está dispuesto a dejar que le arrebaten también
a María y por ello está determinado a todo, incluso a perder el alma inmortal
de los creyentes, antes que ver marchar a la mujer que es su principio y su
fin, el motor de su vida.
Puede que haya quién piense que este ha
sido sólo un momento más, pero creo que han conseguido recrear uno de los
momentos más preciosos que han sucedido en la serie, además de uno de los más
conmovedores. A los que espero podamos añadir pronto el de la reconciliación de
la pareja y el reencuentro con su hija, que seguro que serán igual de bonitos.
Pero esto no será hoy, ni probablemente la
semana que viene.
Porque aparentemente antes tendremos que ver
como la situación de la pareja se deteriora aún más, gracias a las malas artes
de Francisca. Y, ¿porque no decirlo?, a la mezcla de dudas y resignación de
María. Cierto que buena parte de la situación viene dada también porque la doña
se ha aprovechado de la vulnerabilidad de la chica para lanzar lo que no es más
que una insidia, pero con la intención más que evidente de manipularla para separar
a la pareja. Es absolutamente deleznable y muestra de un cinismo y un egoísmo total,
esta actitud mezquina enmascarada de buena voluntad y de algo que cada vez parece más alejado de sus deseos, como es el de ver feliz a María.
Pero aunque parece que, de momento, ha conseguido sus propósitos, no creo que consiga llegar mucho más lejos. Porque afortunadamente también hay
quien vela por María y quién realmente desea lo mejor para ella. Y lo mejor es
Martín, que es cierto que como todo ser humano tiene sus carencias y comete
errores, pero de lo que no hay duda es de que ama a María con todo su ser. Algo
que, por supuesto, es correspondido.