Amigos.
Lo único que no se puede
conseguir con dinero, al menos los de verdad. Pero lo único que Bosco realmente
desea y que la doña no está dispuesta a permitir.
Se hace patente lo que ya se venía
venir. Que el chico puede gozar en este momento de una existencia dorada, diametralmente
opuesta a la que ha vivido hasta hace poco, pero lo que no ha cambiado es que
sigue estando privado de libertad. Antes prisionero de un maltratador y ahora
de una manipuladora, que lo ha convertido en su juguete particular y que está
comprando su voluntad a base de mimos y atenciones, forzando que cada vez se
sienta más agradecido y por lo tanto más a su merced.
Aunque no sé hasta qué punto se
puede enjaular a un espíritu libre.
Y tampoco tengo muy claro por qué
insiste en mantenerlo alejado de la mayoría de la gente, con excusas que se me antojan
la mar de vagas. ¿Será que necesita tenerlo controlado, domado y seguro antes
de dejarlo volar?
Reconozco que tengo sentimientos
encontrados con el chico. Por un lado tendría que alegrarme de su suerte al haber
tenido la oportunidad de escapar de una vida de miseria y maltratos, y de que
su futuro sea cuando menos esperanzador. Lo que no me gusta es que lo haya
hecho cayendo en manos de una mujer que sólo lo está utilizando para sus fines
egoístas, aprovechándose de su carácter carente de maldad y por ello más fácilmente
influenciable. Aunque en propiedad habría que hablar de mujeres en plural, ya
que Bernarda por su lado tampoco es que se quede atrás con sus maneras
manipuladoras haciendo que el chico se cuestione los deseos de la doña, y con pretensiones
que no tienen nada que ver con las de ésta.
Y duele ver como en sus deseos de
agradar y de cumplir las expectativas de la doña, Bosco va cayendo en actitudes
deplorables que le convierten a marchas forzadas en el reflejo del típico
señorito que mira por encima del hombro a sus semejantes. El que Francisca
quiere que sea, a su imagen y semejanza.
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