4 de julio de 2014

Forjando un señorito

Amigos.
Lo único que no se puede conseguir con dinero, al menos los de verdad. Pero lo único que Bosco realmente desea y que la doña no está dispuesta a permitir.
Se hace patente lo que ya se venía venir. Que el chico puede gozar en este momento de una existencia dorada, diametralmente opuesta a la que ha vivido hasta hace poco, pero lo que no ha cambiado es que sigue estando privado de libertad. Antes prisionero de un maltratador y ahora de una manipuladora, que lo ha convertido en su juguete particular y que está comprando su voluntad a base de mimos y atenciones, forzando que cada vez se sienta más agradecido y por lo tanto más a su merced.
Aunque no sé hasta qué punto se puede enjaular a un espíritu libre.
Y tampoco tengo muy claro por qué insiste en mantenerlo alejado de la mayoría de la gente, con excusas que se me antojan la mar de vagas. ¿Será que necesita tenerlo controlado, domado y seguro antes de dejarlo volar?
Reconozco que tengo sentimientos encontrados con el chico. Por un lado tendría que alegrarme de su suerte al haber tenido la oportunidad de escapar de una vida de miseria y maltratos, y de que su futuro sea cuando menos esperanzador. Lo que no me gusta es que lo haya hecho cayendo en manos de una mujer que sólo lo está utilizando para sus fines egoístas, aprovechándose de su carácter carente de maldad y por ello más fácilmente influenciable. Aunque en propiedad habría que hablar de mujeres en plural, ya que Bernarda por su lado tampoco es que se quede atrás con sus maneras manipuladoras haciendo que el chico se cuestione los deseos de la doña, y con pretensiones que no tienen nada que ver con las de ésta.
Y duele ver como en sus deseos de agradar y de cumplir las expectativas de la doña, Bosco va cayendo en actitudes deplorables que le convierten a marchas forzadas en el reflejo del típico señorito que mira por encima del hombro a sus semejantes. El que Francisca quiere que sea, a su imagen y semejanza.

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