Y no puedo evitar volver a escribir sobre María. El amor con que acurruca en sus brazos a su hija, su instinto materno que pugna por proteger a ésta, la impotencia por no poder darle alimento, su dolor por creerse poco adecuada para ello,....
Lo reconozco. Estas escenas me
están llevando a un terreno que desconocía que existiera en mí y que consiguen
tocarme la fibra, aun siempre teniendo
muy presente que lo que estoy viendo no es algo real. Pero si posible. Momentos de gran intensidad que traspasan la
pantalla y que llegan a mezclarse con los sentimientos que pretenden transmitir los personajes.
Y repito, estoy convencida que
Jordi tiene un porcentaje elevado de responsabilidad en ello.
Aunque no sería justo si no tuviera en la misma consideración a a la otra parte, Loreto. Creo que con el
tiempo han conseguido construir una pareja creíble y, con la ayuda de unos
buenos guiones, también una historia de
amor preciosa que considero que ha logrado eclipsar las anteriores. Por
descontado, sin que por mi parte ello pretenda ser una minusvaloración de
éstas.
Lo cierto es que aunque ha pasado
sólo un año y medio, parece que haya sido mucho más. A mi entender poco queda
de aquel par de jóvenes que se encontraron un buen día en la plaza del pueblo y
que desde el instante en que se cruzaron sus miradas, la llama del amor prendió
en sus corazones. Y sin remisión. Pero ha pasado el tiempo y sus vidas han
experimentado cambios radicales, han pasado por mil vicisitudes y sufrimientos,
han conseguido que nos impacientáramos, que tuviéramos alguna vez ganas de
tirar la toalla o que llegáramos a dudar de que su relación llegara un día a
algún sitio. Aunque al final el amor ha triunfado.
Cierto es que aún pueden surgir
contratiempos en el camino, pero creo que nada volverá a ser igual. Porque
ahora su vínculo es aún más inquebrantable con el fruto de su amor en sus
brazos.
Si , Esperanza ha de hacer honor
a su nombre.
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