15 de marzo de 2014

Vivir bajo una lupa

En el hipotético caso de que me dieran a elegir entre Nicanora y el primo de Olmo, y aunque no me gusta ninguno de los dos, ni su manera de comportarse, no creo que ni siquiera  vacilara en escoger a la primera. Y no por empatía de género, si no porqué creo que el segundo además alberga malas intenciones.
Cierto que los dos representan al ala más intransigente de la sociedad, la que se guía ante todo por una estrecha moral emanada de la más rancia tradición religiosa, que antepone unos supuestos preceptos provenientes de una interpretación literal, y en ocasiones conveniente,de libros llamados sagrados, a lo que son las personas y sus necesidades y deseos. Algo a lo que, por cierto,  no es ajena ninguna religión o creencia.
Pero aunque los dos pueden acabar haciendo daño a las víctimas de sus aguijones envenenados, veo una diferencia sustancial.
Nicanora, ante todo lo que no tiene es suficiente ascendencia entre la gente como para que su criterio sea tenido en cuenta, aunque sí es cierto que puede llegar a crear un ambiente propicio para ello. Pero, a pesar de todo, parece consciente de que lo que hace no es muy correcto y, a su manera, busca reconciliarse con su conciencia. Aunque a continuación vuelva a reincidir una y otra vez. Pero no la creo capaz de hacer daño intencionadamente a nadie, salvo el daño moral que emana a través de su lengua viperina, que tampoco es menospreciable.
En el primo de Olmo veo algo más peligroso. Un integrismo mucho más radical, aupado además por una posición social que le hace suponerse acreedor de derecho a juzgar, eso sí, según su criterio. Y consciente de que su influencia puede hacer mella en el pueblo llano, que en aquellos tiempos estaba sometido al poder de las clases pudientes, más en un entorno rural como el de PV.
De otra manera no se entiende que no se corte en juzgar e insultar públicamente a Martín y María, según sus criterios trasnochados y sin ningún miramiento, buscando incluso la confrontación. Y con la evidente intención de buscar un linchamiento público, sin conocerles ni saber nada de ellos, posiblemente sólo el parentesco político de María con Olmo.
Aunque, por lo que parece, sólo es el vocero de algo que se vuelve a cocer en el pueblo. Las habladurías y la vuelta a la estigmatización. Para la gente, Martín y María vuelven a ser el cura renegado y la mujer adúltera que han tenido una hija y viven amancebados, algo reprobable según los cánones establecidos. Cuando la única realidad es que son una pareja que pretende vivir su amor y crear una familia. Y que les dejen en paz.

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