¿Qué tal si me pongo en plan
Nicanora y me escandalizo de la situación de Martín y María? Pues no, no voy a
hacerlo, porque creo que el amor está ante todo y que para poder vivirlo plenamente no
son necesarios unos papeles.
Claro que esto es algo que en
2014 muy pocos cuestionan, exceptuando los que aún consideran la tradición y
las conveniencias como una norma de vida, pero en 1921 debía ser algo fuera de
lo corriente. La de Martín y María entraría dentro de esto último, pero el caso es que han normalizado tanto su situación que considero que nada los diferencia de un matrimonio común y corriente.
Viven juntos, se comportan como
una pareja normal que además no duda en mostrarse su cariño en público, es
posible que compartan cama, según se desprende de algunos comentarios de María. Pero por encima de todo ya han formado una familia. Aunque entre ellos no existan vínculos
legales, el que los une es mucho más fuerte que cualquier otra consideración.
Y ahora también comparten preocupación por su
hija. Cierto que este sentimiento es algo que lleva aparejada la paternidad y los que son padres conocen muy
bien. Y, aunque yo no lo haya vivido más que por la cercanía con mis dos sobrinos,
sé que puede acompañar toda la vida. Pero que en este caso va unido al miedo fundado de perder a su bebé, algo que por lo que ningún padre tendría que pasar. Sin embargo no dudo que la pequeña va a salir adelante y
superar sus problemas de salud, que va a ser muy querida y mimada por unos
padres responsables y amorosos, que va a vivir en un entorno feliz dentro de
una gran familia, pero también va a ser quien los tenga a todos en vilo.
De hecho creo que un buen ejemplo
de que suele suceder esto último sería Tristán, un buen padre que disfrutaba de sus hijos. Pero que, de
estar vivo, andaría todo el día con el susto en el cuerpo, por los sobresaltos y
la preocupación que sin duda se encargarían de proporcionarle sus dos retoños,
especialmente Aurora. Una indomable chica, que suele actuar a impulsos, pero al mismo
tiempo con una madurez muy superior de la que se le supone por sus diecisiete
años.
Afortunadamente para Esperanza. O
al menos eso espero.
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