Francisca ha tensado tanto la cuerda,
que al final ésta ha llegado a su límite. Quizás aún no esté rota del todo, pero el débil hilo que es posible
que resista es tan frágil como un soplo de aire, algo que ha quedado muy patente.
No creo que caiga esta breva. Pero
instalada en un pedestal en el que se siente impune, la doña parece que no
ha caído en la cuenta de que no todo vale y de que, aunque acostumbrada a ganar
siempre, también para ella existe la posibilidad de que alguna vez las cosas se
tuerzan.
Y con María aparentemente ha
sucedido así.
Sé que la actitud de la chica ha
sido muchas veces motivo de crítica por los continuos vaivenes con respecto a
su madrina, pero finalmente parece que ha abierto los ojos. Francisca ha jugado
con sus sentimientos, los ha menospreciado y ha intentado imponer sus deseos
por encima de todo ello. Pero esta vez ha perdido, ante otros sentimientos mucho
más poderosos que superan al cariño fraternal o el agradecimiento.
El amor de Martín y la llegada de
su hija, han conseguido finalmente lo que no habían hecho meses de manipulación,
mentiras y desapego. Ahora ha nacido otra María, más madura y consecuente con sus
sentimientos, con prioridades. Y entre ellas ya no está Francisca.
Algo de lo que ésta creo que empieza
a ser consiente, más después de haber visto a una chica que ya no reconoce. Que
está dispuesta a luchar con uñas y dientes por un futuro esperanzador, con su
verdadera familia.
La que de verdad le importa y a la que importa.
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