Podría utilizar la frase de Mauricio
de que las beatas son las mujeres más peligrosas, pero no me gusta generalizar ni creo
que esta afirmación sea justa, porque ya de por sí implica un término
despectivo. Es cierto que en ocasiones la devoción exagerada y la frecuentación
a las iglesias u otros lugares de culto puede ir unida a un cierto fanatismo religioso y moral, y entonces
la cuestión es diferente, porque las actitudes extremas nunca son buenas. Pero aun
así considero que no se puede juzgar a nadie por una manera de obrar o unas creencias, aunque no se coincida
con ellas.
También es cierto que en Nicanora
todos estos términos se dan de manera acentuada, aunque también tiene otra
faceta contrapuesta que de alguna manera es consecuencia de la anterior: la de
ser una mujer con los instintos reprimidos y con unas ansias locas de
soltarlos.
Pero es difícil ser ambas cosas sin
incurrir en falta en alguna de ellas. Sin embargo ha encontrado una solución fácil
para aliviar su mala conciencia: confesarse cada 2 horas por los malos pensamientos
o deseos impuros. Y entre estos intervalos puede dedicarse a la caza de Hipólito.
Aunque he de admitir que, a pesar de que no me
gusta esta especie de degradación de una mujer o de que se acentúen algunos tópicos,
que entiendo que en este caso sólo son herramientas de guión, el personaje de Nicanora ha conseguido
arrancarme una sonrisa. Cierto que en ello también tiene parte de culpa Hipólito,
con su actitud pusilánime, aunque claro,
de ser de otra manera entonces ya no habría trama. Ya que de haber puesto coto
al acoso parándole los pies a la mujer y dejando clara su postura, antes que optar
por la solución fácil (y cobarde) de esconderse o huir, seguramente ésta ya habría cambiado de manera
de proceder.
O no, porque ya se sabe que el
fruto prohibido a veces aún es más apetecible.
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