13 de marzo de 2014

Una familia feliz

Quería empezar este escrito hablando de la doña, pero creo que ya se ha dicho casi todo acerca de ella y también de su desnaturalizada manera de tratar a su única hija, así como el desapego hasta extremos irracionales que muestra hacia sus nietos y su bisnieta. Y quería hacerlo hablando también de su sorprendente inquietud por su primo, alguien al que apenas ha tratado en los últimos años y que, de pronto, se ha convertido en una prioridad ,así como en motivo de preocupación casi rayano en la obsesión. ¿O es que, aparte del agradecimiento que cree deberle, se trata de que finalmente se ha dado cuenta de que está sola?
Pero prefiero hablar de otra familia, la del Jaral, una casa donde ahora reina la felicidad. Bueno, esto quizás sea relativo, porque no todos/as disfrutan con la misma intensidad de ello. Pero un niño siempre es motivo de alegría y ha traído a la casa unos nuevos aires, a la familia la sonrisa y a sus padres la dicha.
Ahora parece que todo gira en torno a la pequeña. Aunque lo que más me conmueve es la enorme entrega de Martín hacia su hija, como si con ella pudiera recuperar los años que se vio privado del amor de sus padres, y que es algo que no desea para Esperanza. Me parece precioso  lo fácil que ha arraigado en él el sentimiento de paternidad y de pertenencia mutua. Porque Esperanza es realmente algo suyo, su continuación. Pero no es un sentimiento posesivo, si no algo dulce, tierno y de darse a otro.
Cierto que no quiero dejar fuera a María de estos sentimientos, que son igual de intensos, pero no puedo evitar que cada vez que veo a Martín con su hija en brazos o mirándola arrobado, me invada un sentimiento indefinible.
Sólo espero que esta sensación de sosiego y de felicidad, no se quiebre. Y que Martín y María, ahora convertidos en una familia, consigan lo que tanto ansían y merecen: ser felices.  

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