7 de marzo de 2014

La soledad de la doña

Viendo a Soledad desayunando sola en la cocina para evitar encontrarse con su madre, me han venido a la mente unas palabras que le dijo a ésta no hace mucho. María no va a volver a La Casona. 
Y era la única persona que aún guardaba afecto hacia Francisca. 
Mientras el Jaral ahora bulle de actividad, la mansión de la doña cada día está más silenciosa. Francisca se ha quedado sola , sin más compañía que las personas a las que paga por sus servicios. Incluso el que hasta ahora era su más fiel servidor empieza a dar señales de fastidio por la actitud de su ama. También es cierto que aún están Soledad y Terence, pero su relación con ellos sólo es por sus vínculos familiares y  por el derecho de la chica a estar en la que es su casa. Ya que Francisca no se recata en mostrar una y otra vez el escaso (por no decir nulo) cariño que tiene a su hija y su poco interés por su compañía. 
Pero no parece que esta situación le quite el sueño. En realidad es algo a lo que ha optado conscientemente, bien sea provocando el rechazo a su persona a través de los intentos de imponer su doble moral y su voluntad,o directamente es la consecuencia del abuso del  poder que utiliza para sojuzgar , manipular y apartar de su camino a quien le estorba para sus planes o se atreve a contrariarla. 
En realidad la doña retrata muy bien a los caciques. Personas con poder económico que controlaban todos los resortes, que usaban del clientelismo para asentarse en una determinada clase social y que abusaban de su posición para someter a los más débiles y pedirles pleitesía. Pero el abuso también acaba llevando a la indignación y al rechazo. 
La doña puede tener mucho poder, pero no goza de ninguna simpatía.  
Y aunque haya quien piense que aún puede redimirse, yo no lo veo posible. El odio está demasiado arraigado en su corazón para que pueda darse el vuelco. Porque para ello tendría que ceder, y esto es algo que no parece ni siquiera contemplar, ni entra dentro de su manera de entender el mundo. 
Ni siquiera el cariño que es evidente que aún siente por María es suficiente. Su nada disimulado interés por ella y sus continuas inquisiciones para conocer la evolución de su salud  demuestran que la chica aún le importa, pero es incapaz de anteponer esto a una moral trasnochada e intolerante que la hace creerse en posesión de la verdad absoluta, y a un odio irracional hacia quién osa enfrentarse a ella, que no se apaga con la desaparición del destinatario/a de ello. Y que hace extensivo a todos los descendientes y a los que están en el círculo de éstos. 
Por cierto. No entiendo su repentina y sentida congoja por la supuesta pérdida del hijo de Fulgencio, con el que no ha tenido relación en años. Y no acabo de creerme que sea por el agradecimiento que supone que le debe  

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