Admito que ocasionalmente
comentarios que se vierten en las páginas de las redes sociales me sirven de
inspiración para algunos de mis escritos. Porque aunque escribir no supone para
mí ningún condicionante más que la necesidad de hacerlo por placer, no siempre
me es fácil encontrar un hilo conductor para hablar de algo concreto, que además
crea de alguna relevancia. Aunque esto también puede ser relativo y que lo que
yo piense que la tiene, para los demás no sea así. Aún contando con el supuesto que puede tener puntos
en común con las opiniones de algunos/as.
Sin embargo considero que hoy lo
tengo fácil, coincidiendo con la celebración del día de la mujer.
No creo afirmar nada nuevo si
digo que PV, aún sin desmerecer el protagonismo de algunos hombres, es
básicamente una serie de mujeres, que tienen en común la lucha para hacerse un
hueco por sí mismas. Incluida María, que
es la que lo ha tenido supuestamente más fácil.
Aunque considero que lo que se
está haciendo realmente con estos últimos capítulos es un homenaje a una mujer
en particular: Pepa. No voy a entrar en el tema de que su espíritu esté
conduciendo los pasos de su hija, aunque si por ello se entiende que de alguna
manera los genes han influido para guiar los pasos de Aurora hacia una posible
solución al problema de Esperanza, admito que algo hay de ello. Creo
que la chica, en su búsqueda desesperada para curar a su sobrina y ante la
impotencia por la nula efectividad de los métodos convencionales, ha buscado la
respuesta en quien, a pesar de no haberla conocido, siempre ha sido su refugio: su madre. Una mujer excepcional que rompió moldes, no se dejó
doblegar y luchó hasta el final. Que, sin apenas estudios, era mucho más
inteligente y conocía más de la vida que muchas/os que se pretenden
ilustrados.
Aurora tiene mucho de ella, así
como Martín. El legado de la partera está asegurado.
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