18 de noviembre de 2014

Morir en vida

Acurrucarse en un rincón, encogerse y no pensar nada, no decidir nada. Sentir que el mundo ha dejado de girar. Desear que todo sea una pesadilla que se esfume al despertar. Sentir un vacío inmenso que se antoja imposible de volver a llenar.
Es difícil ponerse en el lugar de alguien que pasa por una situación como la de María. No creo que sea posible a menos que uno lo haya vivido en sus propias carnes, cosa que espero que no suceda nunca.
Y los próximos días aún van a ser más dolorosos y duros para ella, al tener que enfrentarse a la realidad. Bien presente además en su hija, la niña fruto del amor y cuya imagen es la de su padre, el hombre al que supuestamente nunca más podrá abrazar y el que nunca más podrá acunar a su pequeña. Todas ellas escenas preciosas y llenas de ternura, que difícilmente se podrán igualar.
Pero el amor por su hija también ha de salvarla. A través de Esperanza podrá mantener vivo el recuerdo del hombre al que amó más que a su vida, pero que se ha llevado con él toda su felicidad. Por ella habrá de ser fuerte y no dejarse vencer por el dolor, además de que con la marcha también de Aurora, su responsabilidad irá en aumento al convertirse en cabeza de familia. Por cierto, no entiendo porque Raimundo no ayuda en la administración de la finca, aunque supongo que Conrado va a ser el que lleve el peso. 
De todas maneras no puedo dejar de preguntarme donde está la luz que se pretende vender en esta nueva etapa de la serie. Por de pronto ya empieza con días aciagos en el Jaral, donde las desgracias se suceden una detrás de otra, y sus habitantes viven en continua congoja.  

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