Probablemente este escrito jamás
llegue a quienes lo han provocado, pero siento la necesidad de sacarme esta espina. Y lo hago
desde mi blog y no en otro sitio, porque no deseo enfangarme en querellas
absurdas que no conducen a ningún lugar. Especialmente cuando hay un montón de
cosas que si son importantes y que éstas si merecen ser defendidas.
Pero también hay otras que
procuro evitar, porque lo único que me producen es rechazo. Una de ellas es la intolerancia, que
a veces puede derivar en la creencia de que se posee la verdad
absoluta. Por suerte el pensamiento único no existe en esta sociedad, y
las personas disponen de libertad para tener sus propias convicciones, sus
propias ideas y también sus propias simpatías o antipatías, y sin que ello las haga mejores
o peores. Cierto que también la gente tiende a agruparse por afinidad o
ideología y que esta unión fortalece a un grupo, aunque el resultado a veces sea excluyente y no favorezca la relación
con otros grupos.
Consciente de ello, procuro evitar no dejarme arrastrar a esta manera de crear límites.
Por lo que no quiero, ni puedo, ceder mi
libertad a pensar por mí misma, y mucho
menos dejar que me la coarten en aras a una irracional prevención a desviarme
de un sentir que, por otra parte, no siempre comparto. Tampoco creo que nadie me pueda
acusar de tratar de imponer una idea, ni me creo capacitada para ni siquiera
intentarlo. Igual que nadie me puede tachar de no aceptar una crítica,
siempre que sea constructiva y razonada.
Pero al igual que yo respeto aunque no me guste, si que lo que pido es lo mismo para mis opiniones. Que pueden ser compartidas o no, pero son esto, MÍAS, y al mismo tiempo creo tan válidas como pueden ser otras cualquiera. Ni más, ni menos.
Y aunque en este escrito me refiero a las que se pueden leer en este blog, lo generalizo a todas.
Y aunque en este escrito me refiero a las que se pueden leer en este blog, lo generalizo a todas.
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