Un día porque está triste, otro deprimida. Un día porque la tiene que encubrir, o consolar, y al otro ayudar porque ha sido atacada. Que, por descontado, es lo
que tiene una amistad desinteresada, y de eso Fe sabe mucho. Pero el caso es
que no ha encontrado precisamente la alegría de la huerta en Inés, esta
compañera que le ha tocado en suerte y que por un motivo u otro parece
pasar más horas encerrada en su cuarto que haciendo el trabajo que tiene
encomendado. Y obligando en cierta manera a que Fe cargue con todo el peso del
mismo, a pesar de que no salga ninguna queja de su boca. Si acaso algún
reproche o algún consejo bienintencionado, que además las más de las veces cae
en saco roto.
Pero ya lo he dicho otras veces. Es muy fácil desde fuera juzgar a los demás y
decir “yo haría esto o lo otro” cuando no se puede asegurar con total
certeza y además, como en este caso, hay circunstancias que juegan en contra.
Pero lo que si cuesta entender es la falta de confianza demostrada por Inés
hacia quienes realmente quieren y pueden ayudarla. La verdad es que no consigo ver el
problema que hay para que cuente el tema de las joyas y que la doña se las ha
requisado para chantajearla. Puede que su situación no cambiara, pero si la
percepción de las personas hacia ella y con ello la posibilidad de obtener
ayuda.
También es cierto que de contárselo a Bosco, es imprevisible la reacción de éste, y aún
podría ser peor el remedio que la enfermedad. Ahora mismo veo difícil que el chico rompa la urna de cristal en la que ha metido a la doña para ponerse en contra de ésta o al menos cuestionarse algo. Aunque sea para darle el beneficio de la duda a la chica a la que dice amar (y porque ello no sucede, dar otro motivo más para no creer que albergue realmente sentimientos románticos hacia ésta).
Por cierto, la escena en la que Bosco ha oído al mequetrefe que la doña ha
pagado para desacreditar a Inés, me ha parecido muy mal resuelta e incoherente.
Por poco que haya oído de la conversación, ha quedado meridianamente claro que
la doña tenía algún tipo de relación con éste. Entonces ¿no ha de ser ello motivo de
recelo, o de que al menos Bosco se haga alguna pregunta? Pues parece que no, al
menos por ahora.
Pero volviendo a Inés.
Recuerdo una frase de Tristán que decía “la confianza no se la dan a uno,
se la gana”. Y esto funciona en todas las direcciones. Si Inés no es capaz de confiar,
no puede esperar que los demás también lo hagan, y menos con los ojos cerrados.
Y considero que no se trata de una cuestión de dignidad, sino más bien de dejar
atrás algo parecido al orgullo y dejar que la ayuden.
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