24 de marzo de 2015

Sentimientos que dejan huella

José Manuel Fajardo en su novela El Converso pone en boca de uno de sus personajes: “Y qué mal es ése que nos hace amar la cadena que nos retiene, el potro que nos atormenta, el hierro que nos abrasa y, con el último aliento, lleva nuestros labios a besar la mano que nos hiere?” Aunque la frase se refiere a la situación de la sociedad y a la poca memoria de la gente, creo que haciendo un símil también puedo tomarla para escribir sobre la intensidad del súbito enamoramiento de Carmelo 

Una casi llegaría a creer que la leyenda del caño de la fuente tiene algo de cierto, porque los enamoramientos en PV se dan con toda su intensidad y en un corto plazo de tiempo. Aquello de conocer a la persona, de ser primero amigos para después ser amantes, en casi todos los casos se suele saltar y pasar directamente a lo segundo. De otro modo no se explica que Carmelo, un hombre aparentemente inmune hasta ahora a este tipo de sentimientos, haya caído con toda su intensidad en las redes de una mujer. Que además le engañó para acercarse a él. Pero el amor es patente que también es ciego (o sino que se lo digan por ejemplo en Raimundo) y no entiende de razones, por mucho que la realidad se ponga delante. 

Sabina ha dejado huella en Carmelo y no será fácil pasar página, más cuando la muerte ha venido a buscar a la mujer, y la han dejado como un mensaje macabro a la puerta de La Quinta. 

Aunque evidentemente Francisca, que no hay duda que otra vez ha decidido ser juez, jurado y verdugo, desconoce todas las implicaciones de su acción. Ha levantado a la bestia, y las consecuencias pueden ser de todo menos beneficiosas para sus intereses y su integridad. 

Por suerte para Carmelo tiene a su lado la voz de la razón y un amigo incondicional, que ha de ser el parapeto para que no cometa un error irreparable. Porque se ha evidenciado que Carmelo es mucho más visceral que su amigo, y éste es el contrapunto perfecto para el tándem.  

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