2 de febrero de 2014

Una sociedad hipòcrita















Estar bajo la lupa no es muy agradable. Como tampoco lo es ver coartada la libertad de decidir seguir los dictados del corazón o querer tomar las riendas de tu propia vida, aunque ello suponga ir en contra de lo establecido.














Pero ¿quién puede decidir lo que es correcto y lo que no lo es? Es cierto que sin normas el mundo sería un caos y que hay situaciones que no necesitan ni siquiera ser valoradas para saber que están mal, que hay ciertos límites que cuando se traspasan pueden afectar o provocar sufrimientos a otras personas. Y también es cierto que no existe nada más que la misma sociedad para atajarlo. Aunque en este punto hay que hacer hincapié que no se puede hablar de una sola sociedad, porque el mundo es diverso y cada cultura tiene su  propia manera de establecer las normas. Y que no es lo mismo una en la que la religión tiene un peso específico en las decisiones y  otra en la que las leyes son formuladas por personas escogidas para representar al conjunto. En el primer caso los criterios morales seguramente influirán mucho más que cualquier otra consideración.
Pero pongámonos en 1921 y en una sociedad como la española que contaba con un gobierno constituido, pero en la que el papel de los representantes de la iglesia era muy importante, especialmente en zonas rurales donde su influencia podía llegar a ser equiparable a la del poder legalmente establecido.
De ahí que la moralidad estuviera muy arraigada, aunque las más de las veces esto también estuviera encubriendo la doblez de quien hiciera bandera de ella. 
Lo dice la Biblia y también la sabiduría popular. "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra" 
¿O acaso no se puede aplicar esto cuando se  juzga y condena a unas personas inmersas en una situación que entra dentro del terreno de los sentimientos y sin que ello les afecte nada más que a ellos? ¿Que además ello suponga  exponerlos al escarnio público? ¿Y que esto mismo afecte de diferente manera según el género, aunque en todo caso sea reprobable?
Aunque si bien es cierto que los tiempos han avanzado y que algunas actitudes como las que vemos en PV ahora pueden antojarse anacrónicas, después de todo quizás no lo sean tanto, ni aún en la actualidad. Y lo digo por experiencia. No es lo mismo vivir en una ciudad, donde el anonimato está garantizado, que hacerlo en un pueblo pequeño donde casi todo el mundo se conoce y donde aún puede pesar la sensación de necesitar la aprobación de los convecinos.
Pero volviendo al tema de la moralina de una sociedad hipócrita, para la que es mucho más importante la apariencia que otras consideraciones.
Todos en PV saben de los desmanes de la doña, su actitud caciquil sometiendo y abusando de la gente, además de su nula consideración hacia nadie o nada que no esconda detrás algún interés. Por cierto, la otra parte del binomio formado por el poder y la religión, y que conoce hasta el mínimo detalle de esta doble moral, está mostrando también mucho de lo mismo. Me refiero a D. Anselmo, que es capaz de “olvidar” los asesinatos de la doña y sus muchos desmanes y en cambio se muestra escandalizado por algo que significa una intromisión en la vida privada de dos personas a las que mueve solo el amor, y que han optado por hacer caso a su corazón y no permitir que los demás decidan por ellos. Y con ello el viejo cura està poniéndose del lado de los que comadrean y del linchamiento público de la pareja, en especial de María que sufre además doblemente por el hecho de ser mujer y ser estigmatizada por una sociedad en la que el requisito de “honestidad” era sinónimo de aceptación social, y que por el simple hecho de no cumplir con ello es condenada a la exclusión.
Sí, es cierto que un sacerdote ha de seguir los preceptos marcados por su ministerio y que públicamente no creo que fuera bien visto que abjurara de ellos, algo que sí ha hecho tímidamente en privado. Pero, en el fondo, también su moral le hace censurar la actitud de los amantes, que son vistos como dos pecadores.
Pecadores por otra parte que no lo ven de la misma manera.
Es cierto que tampoco han hecho mucho para ser discretos, pero entiendo su deseo de recuperar el tiempo perdido, aunque para ello se expongan al rechazo de la sociedad que ya los ha etiquetado de amancebados o lo que es lo mismo, a María de adultera y viviendo una relación marital con un hombre que no es su esposo.
Pero para ellos todo esto es algo accesorio, aunque motivo de congoja. Pero no puede existir ningún pecado en amarse y desear estar con el otro, aunque al no esconderlo se saltan otro código: el de mostrarlo a la vista de todos. De haberlo llevado en privado, seguramente los cotilleos habrían existido igualmente, pero el supuesto pecado habría quedado puertas adentro.

Porque es claro que el pecado está en el escándalo.

3 comentarios:

  1. Bravo Anna!!!! Siempre tan valiente, comprometida y reflexiva. Si algo echo de menos despues de algunos meses fuera de la serie, son las personas que se quedaron por el camino, que enriquecieron mi vida y escribir. Nunca había expuesto mis sentimientos ni los había compartido de forma tan apasionada. Fue una experiencia apasionante y realmente la echo de menos. Y como bien dices en tu blog, la serie tambien fue y es el hilo conductor para reflexionar, buscar respuestas, estudiar, indagar, compartir y reivindicar. Un placer leerte y saber que de alguna manera sigues haciendo preguntas, poniendo el tela de juicio casi todo y compartiendo inquietudes y sentimientos. Un abrazo muy fuerte de todo corazón.
    Marisa.

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  2. Me gusta cómo te expresas. Acabo de descubrir tu blog por recomendación de una amiga.
    Si no te importa, habrá días que enlace tus escritos...

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  3. Fantástico comentario Anna, como siempre! Un placer leerte!

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