26 de febrero de 2014

Esperanza (Castro Castañeda)

Escribir, aunque sea de una ficción, no sólo es poner palabras si no que también permite plasmar sentimientos, por lo que pienso que es posible que en determinadas ocasiones sea el estado anímico el que guíe lo que surge del teclado. Y aunque intento ser objetiva al máximo cuando intento dejar mis impresiones o mis opiniones, el permitir que la situación me sobrepase hace que  a veces lo que escribo se aparte de lo que es el sentir general. Algo de lo que soy consciente y por lo que, aunque haya dado un rodeo para llegar a esto, tengo que pedir disculpas. No por el hecho de pensar diferente o por decir lo que pasa por mi mente, sino por ser a veces demasiado quisquillosa con algunos temas y no permitirme otra visión.
Lo admito. Ayer lo fui.
Hoy, después de ver el capítulo, mis sentimientos van por otro camino y ello a pesar de que la felicidad de los personajes puede que sólo haya sido un espejismo, ya que negros nubarrones vuelven a posarse sobre el horizonte y a enturbiar la dicha.
Pero ello no resta ni un ápice de valor a los momentos preciosos previos a ello, como los vividos por una joven pareja que, por fin, pueden tener en sus brazos a su bebé. Un pequeño ser deseado y amado, que viene a colmar su dicha, una niña que nace del amor y ha de crecer rodeada de éste.
Cuesta poner en palabras lo que hoy han expresado con gestos Loreto y Jordi, ambos entregados a un papel de una gran fuerza emocional, que considero han sabido resolver magistralmente. El alivio porque todo haya salido bien , la felicidad compartida , el brillo en los ojos de Martín y su semblante de incredulidad, mezclado con una dicha indescriptible, al descubrir que la niña a la quiso con amor de padre desde el primer momento, es realmente de su sangre. Es su hija.
(Y si, aquí podría volver a incurrir en ponerme quisquillosa con el recurso de las pecas, pero esta vez no voy a hacerlo).
También la felicidad de María, que tiene a su lado todo lo que más quiere en este mundo: su hija y el hombre al que ama y con el que desea pasar el resto de su vida. El que ella ya considera su esposo, sin reparar en las conveniencias sociales y las normas establecidas.
Por descontado la felicidad de la pareja es extensible a todos los que los rodean, aunque se podría decir a todo PV.  Esperanza ha nacido rodeada de amor y no le ha de faltar, si consigue escapar del destino que le deparan los malvados manejos de Lesmes. Tendrá el cariño de sus abuelos, el de Candela que también es una especie de abuela, el de una tía y un tío en ciernes (aunque hablar de esto aún sea prematuro) dos bisabuelos, a Mariana, Soledad……. No le ha de faltar quien la cuide y la mime.
Exceptuando su otra bisabuela, que no ha tardado en ponerla en el mismo lugar en el que tiene al padre, Martín. El estigma de ser descendiente de Pepa también ha llegado hasta la niña.

No hay comentarios:

Publicar un comentario