Quizás me estoy dejando
influenciar por una visión que va más allá de la propia escena hasta la mesa
que ocupan los instrumentos de obstetricia que, con toda seguridad, van a ser
los condicionantes del futuro de los presentes. Ello no me permite disfrutar de
lo que tendría que ser algo tan bello como la llegada al mundo de un niño.
Pero no quería decir sólo esto.
Desde que el mundo es mundo las
mujeres han parido a sus hijos con dolor y en las condiciones más diversas y adversas.
Y aún así niños y madres han salido adelante. No veo motivos para pensar que en el
caso de María no haya de ser así.
Es una chica joven y fuerte, y nada hace suponer que no pueda dar a luz con una cierta normalidad, a pesar de una supuesta debilidad, a mi entender sin causa
aparente.
Es cierto que traer al mundo a un
bebé prematuro conlleva sus peligros (aunque no
debe ser tan prematuro cuando Rosario hace un mes puso pegas para
acompañar a Mariana a Madrid ante la supuesta inminencia del parto. Y el
estreno de la película ya se ha producido, por lo que el espacio de tiempo
transcurrido hace que se incurra en una incongruencia. O más bien un fallo de
guión).
Y también es cierto que toda
mujer tiene derecho a recibir la mejor asistencia posible, y si tiene medios y
posibilidad para tener los cuidados más profesionales, aún mejor.
Hasta aquí nada que objetar.
También puedo entender la
preocupación por un acontecimiento que nadie puede asegurar que transcurra sin problemas,
pues cada mujer es diferente, así como su anatomía. Si a ello añadimos las
largas horas de espera sin resultados, lo que acrecienta el peligro para madre
e hijo, aún es más comprensible la angustia de la gente que rodea a la chica. Y
que todos sufran viéndola padecer unos dolores, que por otra parte no pueden
evitarse, y deseen que se termine, por el bien de la madre y el bebé.
Lo que ya no encuentro tan normal
es que la habitación de la parturienta parezca la plaza del pueblo, con gente
yendo y viniendo, y apremiando al médico. Como tampoco lo es demasiado que
tengan que convencer a la madre que siga luchando. La lógica me dice que no
tiene otra opción, a pesar de que crea que ya no tiene fuerzas para seguir.
Y aquí entra otra incongruencia.
De pronto la utilización del fórceps se convierte en una cuestión de extrema necesidad, y las medidas asépticas algo que pasa a segundo plano por parte de Aurora. No puedo
creer que una futura doctora, aún en 1921, no tome en consideración que, a
pesar de haber desinfectado los instrumentos en un momento determinado, éstos
han estado expuestos en una estantería a cualquier infección de las que pululan
en un dispensario. Cierto que quizás lo estoy mirando desde la perspectiva de
2014 y en aquellos tiempos no se tenía la misma consideración sobre este tema,
pero ni tanto ni tan poco.
Y ya metida en el barrizal hasta
el cuello, no puedo dejar de mencionar otro tema. Sé que esto es una serie en la que las escenas explícitas no suelen ir muy lejos (con alguna contada excepción) Pero de ahí a ver al actor que interpreta al médico
comportarse como si le diera reparo, o de que Loreto ni siquiera lleve arremangado
el camisón, va un mundo. Sé que son detalles nimios, como también que Martín
esté en la habitación cuando no creo que fuera muy normal que un hombre
estuviera allí durante el parto (aunque también es cierto que el chico casi
nunca cumple con las supuestas normas).
Aún así admito que estas escenas
si me han dejado algo positivo. La cara de inmensa felicidad de Martín al ver a
su hija.
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