25 de febrero de 2014

Parir con dolor

He estado dudando si escribir lo que sigue, pero no voy a ser tan hipócrita para poner en palabras algo diferente de lo que siento. Y sé que he impreso a este escrito un carácter muy opuesto del que tendría que suponer un acontecimiento tan importante como es el nacimiento de la hija de Martín y María. Algo precioso que se esperaba desde hace tiempo y que, en condiciones normales, había de deparar unas escenas llenas de ternura y felicidad.
Quizás me estoy dejando influenciar por una visión que va más allá de la propia escena hasta la mesa que ocupan los instrumentos de obstetricia que, con toda seguridad, van a ser los condicionantes del futuro de los presentes. Ello no me permite disfrutar de lo que tendría que ser algo tan bello como la llegada al mundo de un niño.
Pero no quería decir sólo esto.
Desde que el mundo es mundo las mujeres han parido a sus hijos con dolor y en las condiciones más diversas y adversas. Y aún así niños y madres han salido adelante. No veo motivos para pensar que en el caso de María no haya de ser así. Es una chica joven y fuerte, y nada hace suponer que no pueda dar a luz con una cierta normalidad, a pesar de una supuesta debilidad, a mi entender sin causa aparente.
Es cierto que traer al mundo a un bebé prematuro conlleva sus peligros (aunque no  debe ser tan prematuro cuando Rosario hace un mes puso pegas para acompañar a Mariana a Madrid ante la supuesta inminencia del parto. Y el estreno de la película ya se ha producido, por lo que el espacio de tiempo transcurrido hace que se incurra en una incongruencia. O más bien un fallo de guión).
Y también es cierto que toda mujer tiene derecho a recibir la mejor asistencia posible, y si tiene medios y posibilidad para tener los cuidados más profesionales, aún mejor.  
Hasta aquí nada que objetar.
También puedo entender la preocupación por un acontecimiento que nadie puede asegurar que transcurra sin problemas, pues cada mujer es diferente, así como su anatomía. Si a ello añadimos las largas horas de espera sin resultados, lo que acrecienta el peligro para madre e hijo, aún es más comprensible la angustia de la gente que rodea a la chica. Y que todos sufran viéndola padecer unos dolores, que por otra parte no pueden evitarse, y deseen que se termine, por el bien de la madre y el bebé.
Lo que ya no encuentro tan normal es que la habitación de la parturienta parezca la plaza del pueblo, con gente yendo y viniendo, y apremiando al médico. Como tampoco lo es demasiado que tengan que convencer a la madre que siga luchando. La lógica me dice que no tiene otra opción, a pesar de que crea que ya no tiene fuerzas para seguir.
Y aquí entra otra incongruencia. De pronto la utilización del fórceps se convierte en una cuestión de extrema necesidad, y las medidas asépticas algo que pasa a segundo plano por parte de Aurora. No puedo creer que una futura doctora, aún en 1921, no tome en consideración que, a pesar de haber desinfectado los instrumentos en un momento determinado, éstos han estado expuestos en una estantería a cualquier infección de las que pululan en un dispensario. Cierto que quizás lo estoy mirando desde la perspectiva de 2014 y en aquellos tiempos no se tenía la misma consideración sobre este tema, pero ni tanto ni tan poco.
Y ya metida en el barrizal hasta el cuello, no puedo dejar de mencionar otro tema. Sé que esto es una serie en la que las escenas explícitas no suelen ir muy lejos (con alguna contada excepción)  Pero de ahí a ver al actor que interpreta al médico comportarse como si le diera reparo, o de que Loreto ni siquiera lleve arremangado el camisón, va un mundo. Sé que son detalles nimios, como también que Martín esté en la habitación cuando no creo que fuera muy normal que un hombre estuviera allí durante el parto (aunque también es cierto que el chico casi nunca cumple con las supuestas normas).

Aún así admito que estas escenas si me han dejado algo positivo. La cara de inmensa felicidad de Martín al ver a su hija. 

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