18 de febrero de 2014

Falsas apariencias


¡Siempre será bienvenida a esta casa!
Aparte de precipitarse y de mostrar, una vez más, un cierto grado de ingenuidad, creo que María está cometiendo un importante error de apreciación, contribuyendo a forzar una situación que tiene de todo menos de normalidad. Más sabiendo que el tender puentes con Francisca no es algo que Martín haya hecho por propia voluntad, si no impelido por el amor que le profesa a ella.
Aún así no deja de sorprender el aguante de éste, aunque siendo evidente su incomodidad en presencia de la mujer que le ha procurado a él y a su familia tanto sufrimiento. Y por ello no creo que, a diferencia de María, se deje deslumbrar por regalos que apelan directamente a los sentimientos, aún cuando sea algo del calibre del supuesto reloj de Tristán. No dudo que Martín va a guardar como oro en paño el objeto en cuestión, porque ante todo es algo que perteneció a su padre (o al menos así se lo ha hecho creer la doña), pero no creo que se ablande con ello ni confíe, ni siquiera mínimamente, en las palabras de buena voluntad de Francisca. Como así ha sucedido con María, que parece que ahora vive en un mundo irreal con la creencia de que las cosas pueden volver a ser como antes, o mejor aún.
No voy a volver a entrar en el tema de valorar los sentimientos de ésta hacia la doña, porque es algo de lo que ya se ha hablado extensamente. Y todas/os sabemos que la bondad de la chica es el instrumento que Francisca utiliza para conseguir sus propósitos.
Porque tiene unos propósitos, aunque no son los que pretende aparentar.
No hace mucho María hablaba de la enfermedad de su madrina. Y si entonces me pregunté de qué enfermedad estaba hablando, ahora me doy cuenta de que Francisca realmente si está enferma, pero no de algo para lo que se puedan prescribir medicamentos, ni de algo para lo que exista curación posible. Es algo mucho más intrincado y con repercusiones que no la afectan sólo a ella, si no a todos los que caen bajo su órbita.
Quizás es ir un poco lejos, pero veo en sus intenciones algo parecido a una limpieza clasista para preservar la supervivencia de lo que ella considera una forma de vida que hay que perpetuar. Y para ello no duda en pasar por encima de todo y todos, incluyendo engañar, manipular, ningunear, comprar voluntades, y matar si es necesario. Vamos, que salvando las distancias con temas que han tenido una enorme repercusión en el pasado, lo que persigue es evitar una mezcla de clases sociales con el único fin de crear, a pequeña escala, una estirpe superior que dirija el destino del rebaño de siervos.
Aunque en realidad esto eran (y aún son) los caciques. Personas que no entendían más ley que la suya, y más razones que las del poder y la influencia que aporta el dinero. Que aprovechándose de su posición conseguían aletargar las conciencias colectivas, logrando que la gente callase para evitarse problemas. Que con una falsa apariencia de protección, mantenían sometidos a los que caían bajo sus redes con el único fin de doblegarlos a su voluntad. Y que anteponían las conveniencias sociales, esenciales para mantener su estatus, a cualquier otra consideración. Incluidos los sentimientos.    
María la ha puesto en entredicho y es evidente que, aunque pretenda aparentar lo contrario, ya ha dejado de contar en sus planes, como tampoco lo hace Martín, que a pesar de ser ahora un terrateniente lleva el estigma de ser también el hijo de alguien de quien ella considera una clase inferior. Aunque esto sea de lo más discutible, pero no voy a meterme en disquisiciones. Es claro que sus miras ahora están puestas en el hijo o hija de María.  
Veremos cuánto tarda ésta en caer del guindo y abrir los ojos.

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