La vida de Martín ha sido una
constante lucha. Por sobrevivir a la añoranza, a un entorno hostil, a la soledad,
a sus miedos y dudas, a una libertad coartada,….. Pero ha conseguido salir adelante, dejar atrás
muchas de las cosas que han marcado su vida y llegar a un punto de inflexión. Y
si bien es cierto que muchas de estas cosas no se pueden calificar de positivas
y podrían haber forjado a una persona dogmática, cuyo destino era ostentar el
poder sobre los hombres, el caso es que el Martín que surgió de ello era, y es,
muy diferente de lo pretendido. Aunque no hay que desdeñar tampoco la influencia
de unos genes que no se pueden dejar de lado, ya que en el carácter de Martín
se evidencian trazas de la personalidad de Pepa y también de la de Tristán,
con el que no compartía rasgos biológicos pero si fue quien estuvo a su lado en
sus primeros años y le dio todo el cariño de un padre.
Martín supo extraer de aquellos años alejado de los suyos, lo mejor de todo ello, atesorando conocimientos
y experiencia que le han de servir de mucho en la vida. Y una vez ante la
encrucijada más crucial de su existencia, escoger el camino del corazón y
decidir por sí mismo, antes que tomar el rumbo que le habían marcado los demás.
Aunque ello haya significado que
la lucha aún sea más cruenta, pero mucho más dulce. Ahora se trata de pelear
por el amor y la felicidad futuros. Y lo está consiguiendo, aunque no sin grandes
dificultades.
No tiene ni unas horas de vida y Esperanza ya ha llenado su existencia. Este pequeño ser, prolongación de él mismo y vínculo inquebrantable con la mujer a la que ama, le ha traído un nuevo sentimiento, el amor incondicional de padre. Me he muerto con la ternura de Martín arrodillado al lado de la cuna de su hija y mirándola arrobado. Y creo que no soy condescendiente al afirmar que en ello tiene mucho que ver Jordi, que sabe transmitir como nadie estos sentimientos, y por el que considero he de romper una lanza al haber sido injustamente olvidado en algún artículo que he leído sobre los acontecimientos de estos últimos días.
No tiene ni unas horas de vida y Esperanza ya ha llenado su existencia. Este pequeño ser, prolongación de él mismo y vínculo inquebrantable con la mujer a la que ama, le ha traído un nuevo sentimiento, el amor incondicional de padre. Me he muerto con la ternura de Martín arrodillado al lado de la cuna de su hija y mirándola arrobado. Y creo que no soy condescendiente al afirmar que en ello tiene mucho que ver Jordi, que sabe transmitir como nadie estos sentimientos, y por el que considero he de romper una lanza al haber sido injustamente olvidado en algún artículo que he leído sobre los acontecimientos de estos últimos días.
Pero volviendo a Martín. Ahora
hay que sumarle la inquietud por la salud de su pequeña. Y otra vez un gesto
precioso ha venido a unirse a todo lo que comentaba al principio. Martín
vuelve a la lucha, pero esta vez no por él sino por su hija. Y lo hará con los conocimientos
adquiridos en la selva, a los que hay que unir otra vez las referencias a Pepa.
Al respecto he de decir que no
creo en el más allá, ni en la posibilidad de recibir sensaciones ultra terrenas,
por lo que decir que una persona que ha muerto está velando por su familia y guiando los pasos de sus hijos, es algo que no entra dentro de mi concepción de la lógica. Cierto que es
muy bonita la idea de que un ente inmaterial, aunque unido por unos lazos que
no se rompen con la muerte, está ayudando a resolver una situación desesperada.Y no quisiera estropear con una apreciación personal el halo romántico que tiene esto, pero creo más bien en que en esta tesitura se agudizan los sentidos y se saca
lo mejor de cada uno. Esto ha provocado que Aurora cayera en la cuenta del
libro de su madre y Martín haga uso de su experiencia.
Y otra vez éste ha conseguido provocarme
este sentimiento tan precioso que transmite al mirar a la pequeña, aunque esta
vez unido a las palabras de María. Juntos van a luchar para que Esperanza salga
adelante.