26 de septiembre de 2014

La indefensión de una mujer

Hay dos Martín enormes: el enamorado dulce y tierno, y el enfadado y con arrestos. Ambos son igual de interesantes y, en mi opinión, y aunque considero que en todos los registros Jordi es igual de buen profesional, es en estas facetas concretas cuando deja aflorar sus mejores cualidades interpretativas. Y ayer hubo la ocasión de volver a verlo en acción en las dos y en una misma escena. La de un hombre que quiere profundamente a su esposa y  la descubre en peligro inminente, sin que ésta atine a defenderse de un acosador. Y que la acoge entre sus brazos para darle protección y consuelo. 
A pesar de que creo que Martín habría actuado de igual manera aunque se hubiera tratado de otra mujer o incluso de cualquier persona, ya que su natural le lleva a que no considere un deber o una obligación defender a alguien que crea que precisa ayuda, sino que es algo que le sale sin dudar ni vacilar, que lleva implícito en sus genes. Pero ahora se trata de María, la mujer que es el centro de su existencia y a la que se ha entregado en cuerpo y alma, la que siente que debe cuidar y defender por encima de todo, la que no puede permitir que sufra más.  
Puedo entender su cólera al descubrir la infamia del modisto y las malas artes que ha empleado para engañarlos a todos. Pero especialmente puedo entender que descargue toda su rabia para hacerle pagar a Rigo el haber intentado ultrajar a María. Y no porque Martín sea el típico macho posesivo, sinó porque es el hombre enamorado que siente que puede haber fallado a su esposa, no pudiendo impedir que ésta vuelva a pasar por este trance.
Aunque hay otra moraleja en esta historia. La indefensión de las mujeres ante los hombres, algo que era muy acusado en aquel tiempo pero que aún no ha perdido del todo su vigencia porque el pensamiento machista sigue ahí, aunque afortunadamente en mucho menor grado. Un ejemplo de ello se ha visto esta misma semana en la que, creo que era un obispo o algo parecido, venía a decir que las mujeres necesitábamos ser tuteladas, sin poder contar con libre albedrío. Sin más comentarios.
Pero en este caso no me refiero sólo a la violencia física, sinó a otro tema igual de doloroso. El poco valor de la palabra de una mujer frente a la de un hombre, además de la estricta moral imperante en la época con la obligación de una conducta intachable, pero sin que este particular fuera aplicable a los hombres en la misma medida. Por ello entiendo las razones de María para callar y no denunciarlo, aunque cueste aceptarlo. Probablemente de hacerse público el tema, María habría acabado apareciendo como la única culpable de la situación, y en cuanto a ponerlo en conocimiento de las autoridades, es evidente que era la de palabra de una chica contra la de un sujeto con un cierto poder, además de un hombre. ¿Quién la iba a creer?
Sólo que éste no ha marchado de vacío. Probablemente con unos cuantos moratones visibles y con el rabo entre las piernas. Además de con un vestido menos.    

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