Hay dos Martín enormes: el
enamorado dulce y tierno, y el enfadado y con arrestos. Ambos son igual de
interesantes y, en mi opinión, y aunque considero que en todos los registros
Jordi es igual de buen profesional, es en estas facetas concretas cuando deja aflorar
sus mejores cualidades interpretativas. Y ayer hubo la ocasión de volver a verlo
en acción en las dos y en una misma escena. La de un hombre que quiere profundamente a su esposa y la descubre en
peligro inminente, sin que ésta atine a defenderse de un acosador. Y que la acoge entre sus brazos para darle protección y consuelo.
A pesar de que creo que Martín habría
actuado de igual manera aunque se hubiera tratado de otra mujer o incluso de
cualquier persona, ya que su natural le lleva a que no considere un deber o una
obligación defender a alguien que crea que precisa ayuda, sino que es algo que le
sale sin dudar ni vacilar, que lleva implícito en sus genes. Pero ahora se
trata de María, la mujer que es el centro de su existencia y a la que se ha
entregado en cuerpo y alma, la que siente que debe cuidar y defender por encima
de todo, la que no puede permitir que sufra más.
Puedo entender su cólera al
descubrir la infamia del modisto y las malas artes que ha empleado para
engañarlos a todos. Pero especialmente puedo entender que descargue toda su
rabia para hacerle pagar a Rigo el haber intentado ultrajar a María. Y no
porque Martín sea el típico macho posesivo, sinó porque es el hombre enamorado
que siente que puede haber fallado a su esposa, no pudiendo impedir que ésta vuelva
a pasar por este trance.
Aunque hay otra moraleja en esta
historia. La indefensión de las mujeres ante los hombres, algo que era muy
acusado en aquel tiempo pero que aún no ha perdido del todo su vigencia porque
el pensamiento machista sigue ahí, aunque afortunadamente en mucho menor grado.
Un ejemplo de ello se ha visto esta misma semana en la que, creo que era un obispo o algo parecido, venía a decir que las mujeres necesitábamos ser tuteladas, sin poder contar con
libre albedrío. Sin más comentarios.
Pero en este caso no me refiero
sólo a la violencia física, sinó a otro tema igual de doloroso. El poco valor
de la palabra de una mujer frente a la de un hombre, además de la estricta
moral imperante en la época con la obligación de una conducta intachable, pero
sin que este particular fuera aplicable a los hombres en la misma medida. Por ello entiendo las
razones de María para callar y no denunciarlo, aunque cueste aceptarlo. Probablemente de hacerse público el
tema, María habría acabado apareciendo como la única culpable de la situación, y en cuanto a ponerlo en conocimiento de las autoridades,
es evidente que era la de palabra de una chica contra la de un sujeto con un
cierto poder, además de un hombre. ¿Quién la iba a creer?
Sólo que éste no ha marchado de vacío.
Probablemente con unos cuantos moratones visibles y con el rabo entre las
piernas. Además de con un vestido menos.
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