25 de diciembre de 2014

La otra Navidad

El espíritu de la Navidad lo inunda todo. Es tiempo de buenos deseos, de reencuentros y de celebraciones, de momentos en que parece que incluso es posible olvidar por un instante lo que sucede alrededor. Pero sólo es algo fugaz, porque es difícil no tener en mente a los miles de personas para las que la Navidad no es más que otro día cualquiera, otro día de penurias y de desesperanza ante un futuro que se adivina incierto. Y ya sé que me estoy saliendo de la línea que predomina en estos días, con un pensamiento no muy positivo. Pero no se puede eludir la realidad, ni siquiera cuando todo alrededor invita a celebrar.
PV también es un reflejo de esto.
Como en la vida real, en casi cada casa, en casi cada familia, hay una silla vacía, unos recuerdos que pesan o una situación que no invita a grandes alharacas. Y cuando no es así de manera visible, algo sobrevuela en el ambiente que deja patente que la felicidad es sólo patrimonio de unos pocos, y que aunque por unos instantes se puedan sentir estos momentos de gozo, hay un día después en que todo vuelve a ser igual, en que nada ha cambiado.
Creo que todo esto lo refleja en cierta manera el personaje de Severo, que tengo que decir que ha ganado puntos en mi apreciación, aun sin saber por dónde va a moverse. Y no lo digo por el hecho de adivinarse que va a poner a la doña contra las cuerdas, sino por un gesto que quizás no haya tenido mucha repercusión, pero que da la medida de que, a pesar de su capacidad económica y social, es capaz de solidarizarse con sus semejantes: ha dado orden de dar comida a los necesitados. Además creo que no lo ha hecho para hacer caridad, sino simplemente porque cree en ello, aunque también puede que influya el hecho de haber conocido en primera persona esta situación de necesidad.
La otra cara de la moneda es Francisca. Generosidad es una palabra que no existe en su diccionario, como tampoco piedad o remordimientos. Porque ya no se trata sólo de que ignore completamente a sus semejantes, excepto para sacar de ellos el máximo provecho con el mínimo esfuerzo, sino del hecho de comprobar como es capaz de estar sentada cumpliendo con los convencionalismos, mientras a pocos metros de distancia tiene encerrada en una lóbrega mazmorra a una mujer sola y  desamparada, o como puede mirar sin sentir vergüenza a la chica que tiene a su lado a su mesa, y a la que ha hecho infeliz de manera premeditada y sólo por puro egoísmo. Aunque mirándolo bien, se podría hablar de una situación en La Casona en  la que nada es lo que aparenta porque, exceptuando Bosco, todos tienen algo que ocultar, o saben algo que uno o varios de los demás ignoran. Incluida Fe.
Por cierto, honroso (y divertido) el esfuerzo que ha hecho ésta para aligerar el ambiente. Sus salidas de tiesto son realmente un toque de frescura en este ambiente lóbrego, aunque sigue  sorprendiendo que la doña sea capaz de asumirlo sin problemas. Estoy segura (y ahora yéndome a la realidad) que cuando ruedan estas escenas tienen verdaderos problemas para aguantar la risa ya que, además de los diálogos, Marta aporta un gracejo particular que estoy convencida otras no conseguirían con tanta facilidad (¿he de decir que me encantan tanto el personaje como la actriz?)
Pero como la intención primera de este comentario era hablar de la Navidad de PV, hay otras escenas a las que hay que hacer mención. Ante todo decir que no es mi intención ser ceniza, pero no creo que haya que esperar a estos días para que sucedan cosas maravillosas. Todo el año habría de ser tiempo de celebración y de esperanza, aunque sea una utopía.
En mi opinión no existen los milagros de Navidad, sólo quizás el ambiente sea algo diferente. Y evidentemente que Aurora sonría quizás pueda ser un pequeño paso pero no definitivo, simplemente achacable a que la tregua de estos días y el espíritu elevado que se respira, pueden obrar maravillas.   

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