Afortunadamente
parece que la serie va dar un giro, y no por la boda de Inés y Bosco, un hecho
que no levanta precisamente grandes expectativas. Pienso que lo llama la
atención es que se entrevean nuevas historias que pueden volver a dar vida a la
serie, como son las nuevas tramas de Prado, Sol y Gracia, e incluso se aventura
la posibilidad de que llegue a existir una en condiciones para Candela (espero
que con Severo).
Sin embargo hay
cosas que por mucho que pasen mil y pico capítulos, no cambian. Y que provocan que me sienta impulsada a
volver una y otra vez sobre un tema que puede llegar a cansar y convertir este
blog casi en monotemático para un mismo personaje. Así que intentaré resumir mi
opinión en pocas palabras, solo para dejar constancia de un hecho que no por
repetitivo deja de ser motivo de un sentimiento que me mueve entre la indignación
y el fastidio.
Es solo mi apreciación,
pero pienso que actualmente existe mucha información que hace que las personas no
acepten sin más algunas cosas. Cierto que siempre existirá quién se deja
influenciar por charlatanes y visionarios, que hacen uso de la debilidad y la
credibilidad de los demás para fines que no siempre son altruistas. Sin embargo,
en el caso que me ocupa, entiendo que también es necesario retrotraerse a los
años veinte, donde pesaba más lo que decían los poderosos que lo que podía salir
de la gente corriente, además que las supersticiones estaban mucho más
arraigadas. Y entre los poderes que guiaban el día a día estaba la iglesia católica,
que era el adalid que dirigía la moral y las buenas costumbres, y que hacia
también uso del temor a castigos supra terrenales para mantener a raya a las personas.
Así que no habría de sorprender que una maldición en estos términos hiciera
mella en el ánimo de las personas, aunque también hubiera quien intentara restarle importancia o directamente la ignorara.
Pero lo realmente
paradójico es que, como en el caso de Francisca, salga de alguien que se
considera buena cristiana (aunque el hecho de ir a misa solo la retrata como
una beata hipócrita. Y, por descontado, de buena cristiana no tiene ni siquiera
la apariencia). Por lo que desear el mal a alguien no creo que merezca ni
siquiera el perdón de la confesión, que D. Anselmo le otorga una y otra vez.
Algo que merecería un comentario aparte, que voy a dejar para otra ocasión,
igual que la actitud apocada de Raimundo, que parece incapaz de dar un golpe
sobre la mesa para defender a su familia. El amor puede volver ciega a una
persona, pero hasta cierto límite, más cuando se trata de alguien que siempre
ha dado muestras de ser una persona con la cabeza bien amueblada.
Lo cierto es
que esta maldición de la que la doña hace uso de manera recurrente, sí que ha
llegado a materializarse, aunque la intervención divina no haya tenido nada que
ver (si acaso sería para mirar hacia otro lado). Porque la mano terrenal de
Francisca ha sido en todos los casos la encargada de que se cumplieran los
malos designios. Y no sólo por acción directa, sino que es evidente que se
aprovecha de la superstición para minar la moral de las personas más vulnerables,
y así conseguir los fines propuestos.
Dicen que a fuerza de repetir
las cosas acaban haciéndose realidad, y la maldición de la doña es una buena prueba de ello.
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