23 de junio de 2015

Hay cosas que no cambian

Afortunadamente parece que la serie va dar un giro, y no por la boda de Inés y Bosco, un hecho que no levanta precisamente grandes expectativas. Pienso que lo llama la atención es que se entrevean nuevas historias que pueden volver a dar vida a la serie, como son las nuevas tramas de Prado, Sol y Gracia, e incluso se aventura la posibilidad de que llegue a existir una en condiciones para Candela (espero que con Severo).
Sin embargo hay cosas que por mucho que pasen mil y pico capítulos, no cambian. Y que provocan que me sienta impulsada a volver una y otra vez sobre un tema que puede llegar a cansar y convertir este blog casi en monotemático para un mismo personaje. Así que intentaré resumir mi opinión en pocas palabras, solo para dejar constancia de un hecho que no por repetitivo deja de ser motivo de un sentimiento que me mueve entre la indignación y el fastidio.
Es solo mi apreciación, pero pienso que actualmente existe mucha información que hace que las personas no acepten sin más algunas cosas. Cierto que siempre existirá quién se deja influenciar por charlatanes y visionarios, que hacen uso de la debilidad y la credibilidad de los demás para fines que no siempre son altruistas. Sin embargo, en el caso que me ocupa, entiendo que también es necesario retrotraerse a los años veinte, donde pesaba más lo que decían los poderosos que lo que podía salir de la gente corriente, además que las supersticiones estaban mucho más arraigadas. Y entre los poderes que guiaban el día a día estaba la iglesia católica, que era el adalid que dirigía la moral y las buenas costumbres, y que hacia también uso del temor a castigos supra terrenales para mantener a raya a las personas. Así que no habría de sorprender que una maldición en estos términos hiciera mella en el ánimo de las personas, aunque también hubiera quien intentara restarle importancia o directamente la ignorara.
Pero lo realmente paradójico es que, como en el caso de Francisca, salga de alguien que se considera buena cristiana (aunque el hecho de ir a misa solo la retrata como una beata hipócrita. Y, por descontado, de buena cristiana no tiene ni siquiera la apariencia). Por lo que desear el mal a alguien no creo que merezca ni siquiera el perdón de la confesión, que D. Anselmo le otorga una y otra vez. Algo que merecería un comentario aparte, que voy a dejar para otra ocasión, igual que la actitud apocada de Raimundo, que parece incapaz de dar un golpe sobre la mesa para defender a su familia. El amor puede volver ciega a una persona, pero hasta cierto límite, más cuando se trata de alguien que siempre ha dado muestras de ser una persona con la cabeza bien amueblada.  
Lo cierto es que esta maldición de la que la doña hace uso de manera recurrente, sí que ha llegado a materializarse, aunque la intervención divina no haya tenido nada que ver (si acaso sería para mirar hacia otro lado). Porque la mano terrenal de Francisca ha sido en todos los casos la encargada de que se cumplieran los malos designios. Y no sólo por acción directa, sino que es evidente que se aprovecha de la superstición para minar la moral de las personas más vulnerables, y así conseguir los fines propuestos.
Dicen que a fuerza de repetir las cosas acaban haciéndose realidad, y la maldición de la doña es una buena prueba de ello. 

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