Algo ha
quedado patente: el poder de la iglesia para erigirse en fustigador y velador
sobre la moral y las buenas costumbres que la sociedad impone. Algo que tampoco
ha cambiado tanto, a pesar de haber pasado varias décadas desde que se sucede
la acción. Aunque lo que sí creo que ha cambiado es la manera en que las
personas lo perciben y lo aceptan. Al menos en gran parte del primer mundo.
El fuego del
infierno y la amenaza de perder la paz eterna no creo que actualmente sirvan
para amedrentar a nadie, salvo a los más fervientes devotos. La libertad
personal se impone a los dictados externos que podrían venir de una institución
cuyos máximos dirigentes todavía dan consignas retrogradas, que parecen
ancladas en otros tiempos. Por supuesto sin generalizar, porque también en la
iglesia católica (y en todas las demás confesiones) existen quienes viven a pie
de calle y conocen la realidad.
Aunque D. Anselmo
sea un sacerdote que en múltiples ocasiones ha mostrado un grado de tolerancia no
muy acorde con la mentalidad de la época en la que trascurren los hechos, el caso
es que no puede evitar meter baza en temas que no tendrían que pasar del
terreno personal. No en vano representa a unos de los poderes que manejaban los
hilos.
De todas
maneras, quien vive en un pueblo pequeño (como es mi caso y el de PV) sabe que aún
en el momento actual, está más expuesto al escrutinio popular que alguien de
ciudad cuyo anonimato está casi garantizado. Así que sólo resta escoger entre
decidir por una/o misma sin tener en cuenta la opinión de los demás, o dejarse condicionar
por lo que dirán.
Y en el caso
de Hipólito y Gracia además hay otro tema. Está en juego la felicidad de ambos,
en contraposición a las normas establecidas. Sin contar que además son personas
ajenas a los interesados quienes pretenden decidir por ellos.
¿Qué es más
importante, dejar escapar la posibilidad de ser feliz, o acatar unas pautas de
moral pensadas para coartar la libertad de las personas?
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