Esta vez voy a dejar salir mi lado
más irreverente.
Entiendo que eran otros tiempos y
otra mentalidad, y que probablemente los guiones se ajustan a la manera de
pensar de la época, por lo que establecer comparaciones con la actualidad no
viene al caso. Pero en el trasfondo subyace algo que creo que no se ha perdido
del todo: el poder de la iglesia.
Ante todo he de manifestar que creo en primer lugar en la libertad individual y en el respeto a las personas, pero no necesariamente
en las ideas, que considero que pueden ser aplaudidas, cuestionadas, mejoradas
o incluso combatidas. Nunca ser tomadas necesariamente como acto de fe, porque de esta manera
se puede llegar incluso a anular la voluntad y llegar a darse ideas extremas,
que desgraciadamente aún en la actualidad siguen vigentes. Incluso en alza en
según qué países (más en unos que en otros)
Por supuesto no pretendo generalizar,
ni desvirtuar unas creencias pues, aunque no crea en ello, acepto que la
religión cumple también con una misión. Y, por supuesto, es un hecho que en el
seno de las diferentes confesiones hay personas realmente válidas, aunque no
más que en otros estamentos de la sociedad.
Lo que me ha llevado a hacer esta
reflexión es el hecho de, en este caso de D. Anselmo y Francisca, imbuido de un
poder que no tiene nada que ver con la justicia, el sacerdote tenga el
privilegio de perdonar e incluso mantener al margen de la ley, hechos punibles
y, por supuesto, denunciables. Lo que además de convertirlo en cómplice
(involuntario eso sí), provoque que para salvaguardar a una persona, permita
que se haga daño a otra. Claro que habrá quien lo justifique con el secreto de
confesión, igual que, por ejemplo, un abogado o un médico se ceñirían al
secreto profesional, pero creo que por encima debería existir la conciencia
individual de cada persona.
Y ahora voy al meollo de lo que realmente pretendía comentar.
Evidentemente no está muy lejos de la
realidad, y por ello no sé calificativo darle. Quizás el que mejor cuadre sea
el de denigrante que alguien como Francisca pueda sentirse liberada de sus
culpas solo por el hecho de acercarse a un confesionario, soltar que se
arrepiente en este momento, justificar sus actos como si lo de “ojo por ojo” no
fuera reprochable, y esperar el perdón de un ente que existe sólo para los
creyentes. Y al darse la vuelta volver a las andadas, como si la confesión
hubiera supuesto borrón y cuenta nueva, como si usar de este método otorgara
impunidad para que sus múltiples crímenes jamás puedan ser juzgados por los
hombres.
Y lo siento, pero el papel de D.
Anselmo en este tema tampoco me gusta. Evidentemente no puede ir por ahí
soltando lo que sabe (probablemente es el único que conoce todos los desmanes de
Francisca), pero tampoco mantenerse al margen. Puede hacer muchas cosas sin
traicionar el secreto de confesión, pero las más de las veces se ha quedado de
brazos cruzados, lo que me parece también reprobable. Por cierto, al parecer no
todos sus fieles merecen la misma atención, pues ni siquiera se ha acercado a
la Quinta para interesarse por los problemas de Severo. Solo se ha limitado a hablarlo con
otras personas.
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