6 de mayo de 2015

Perdonemos las ofensas... O no.

Muy bien!! Dejemos que Raimundo se haga solito la película y se quede en su universo particular, en el que solo parece ver a través de los ojos de Francisca.   
Evidentemente nadie ha de decirle lo que debe o no hacer (ni siquiera su hija) porque ya es lo suficientemente mayor para hacerse responsable de sus actos, y también lo es para ponerse el mundo por montera y no dejar que le coarten sus deseos, ni su libertad de decidir. Y también es cierto que puede pedir que le entiendan, aunque lo que no puede esperar es que, solo por el hecho de ser quien es, los demás le sigan la corriente y también decidan pasar página. 
Por mucho que se quiera a alguien y se desee su felicidad, hay un límite que no se puede traspasar, y es el de los sentimientos de cada uno. El tiempo puede curar las heridas, aliviar el dolor e incluso se pueden perdonar algunas cosas, pero es difícil olvidar, más cuando el agravio es del calibre de los que ha infringido Francisca.
Así que a l@s que piden que se comprenda a Raimundo, les diría que en justicia también hagan el mismo ejercicio con Emilia. No pienso que ésta sea obcecada, ni incapaz de dar su brazo a torcer, y tampoco veo por qué ser ha de ser ella la que ceda. Francisca le ha quitado a su madre, le ha alejado (quizás para siempre) de su hija, yerno y nieta, y ha estado a punto de acabar con su sobrina. Y ahora le ha quitado a su padre. Siendo esto sólo una parte, porque las tropelías de las que han sido objeto ella y su familia por parte de la doña, abarcan mucho más.
Es suficiente bagaje para varias vidas, así que entiendo muy bien su postura y además la aplaudo.
Sin tener en cuenta que tampoco ayuda mucho el hecho de que Francisca siga hurgando en la herida, haciéndose la mártir y acercándosele a la mínima con la excusa de pedir perdón, para dejarla después como la intransigente, cuando es claro que ya que sabe de antemano la respuesta que va a obtener. Ya que por descontado no creo que busque sinceramente congraciarse con Emilia, sino solo tener algo para arrimar el ascua a su molino, porque después invariablemente ya se encarga de ir a Raimundo con el cuento. Por supuesto con una versión arreglada a conveniencia.
Y logrando así que la brecha entre padre e hija vaya creciendo, consiguiendo que el hombre cada día dependa más de ella y menos de su familia. Sí, es cierto que con Raimundo es condescendiente y aparentemente intenta que éste acerque posiciones con los suyos. Pero si bien es posible que consiga envolver en su tela de araña a éste, no puede engañar a nadie más, porque además conoce bien a Emilia y sabe que ésta no es fácil que ceda. Así que empujar a Raimundo para que vaya a la fiesta de cumpleaños de su hija es evidente que es la última vuelta de tuerca. Y D. Anselmo sólo ha sido una pieza del engranaje, que ha venido bien a los propósitos. 

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