6 de agosto de 2015

La libertad de escoger

Al tratarse de algo que atañe a los Mirañar es posible que pase más desapercibido, pero considero que el tema de los devaneos de Pedro con el comunismo, aunque tratado desde una óptica aparentemente frívola, en el fondo encierra una importante crítica social.
Evidentemente solo pretendo dar una opinión desde mis propias convicciones, que se acercan a los postulados que ha abrazado Pedro, aunque mi ideología no se sitúa en el entorno comunista. Pero si creo en algo de lo que predica, como es el libre albedrío de las personas para decidir sobre sus propias vidas sin que nadie interfiera, a menos que sea absolutamente necesario, y siempre para ayudar, no para intentar meter baza.
Por descontado tengo en cuenta el momento de la acción, y la influencia que ejercía la iglesia sobre la sociedad de la época. Y tengo claro que ante todo se situaban las apariencias por encima de las personas, aunque aquellas vinieran a través de reglas establecidas dictadas por alguien muy alejado de la realidad del pueblo llano. Algo que desgraciadamente casi siempre ha sido así, pues creo que la sensación generalizada es que a veces los políticos viven a espaldas de lo que piden los ciudadanos. También la iglesia, que además durante años ha marchado al unísono con los gobiernos, pero que no ha evolucionado al mismo ritmo que la sociedad (aunque ahora se perciba una tímida apertura).  
De todas maneras he de decir que el papel que le atribuyen a D. Anselmo me parece histriónico, exagerado casi hasta el punto del ridículo. Por supuesto, entiendo que en aquellos tiempos la separación iglesia–estado era inexistente y que la iglesia además de ser un poder establecido, al estar en primera línea ante las personas era la principal garante de preservar la moral y las buenas costumbres. Papel que, por cierto, se atribuyeron ante el inmovilismo popular, no porque tenga que ser así, pues a diferencia de los gobiernos que son elegidos por el pueblo, los representantes religiosos no son escogidos por votación popular, ni siquiera por los que realmente representan. Además el intento de imponer una determinada manera de pensar, algo que entra dentro del terreno de las convicciones personales, me parece de todo punto una intromisión inaceptable.  
Por lo que la persecución a la que el sacerdote somete a Hipólito, además de las maneras bruscas de tratarle, me producen una sensación de rechazo, y no solo porque el blanco de las mismas sea un chico bueno, que merece ser feliz. Y me alegro que tanto Pedro como Hipólito le planten cara y en este caso no se sometan a su arbitrariedad, pues se trata de un asunto que solo le atañe a éste y Gracia, y en última instancia también a los padres del chico. Por supuesto no le niego al sacerdote el derecho a opinar, pero si a intentar dirigir la vida de los demás.  
Sin embargo intento ponerme en su lugar y en lo que representa, y sé que tampoco se podría pedir tolerancia así por las bravas, aunque en más de una ocasión ha demostrado que puede tenerla. Recordemos las ocasiones que miró hacia otro lado con Pepa y Tristán, Martín y Maria e incluso Bosco e Inés, por citar a algunos. Y que durante años ha encubierto a Francisca y sus desmanes, algo bastante peor que aceptar que unas parejas vivan amancebadas.  
Y defiendo que Hipólito y Gracia puedan vivir sin sobresaltos su amor, sin tener que estar siempre en el punto de mira. Aunque también es cierto que ignorar lo que puedan decir los demás es una buena solución. Porque llegará un punto en el que  beat@s y metomentod@s se cansaran de este tema, o encontrarán otra víctima a la que dirigir sus dardos.
Por cierto, acabo de leer una cita que se adapta perfectamente a lo que estoy intentando expresar: “Para ser feliz debes aprender a ignorar a mucha gente” (de autor desconocido)
¡A lo mejor tendríamos que pasarle esta reflexión también a Sol!

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