Al tratarse
de algo que atañe a los Mirañar es posible que pase más desapercibido, pero considero
que el tema de los devaneos de Pedro con el comunismo, aunque tratado desde una
óptica aparentemente frívola, en el fondo encierra una importante crítica
social.
Evidentemente
solo pretendo dar una opinión desde mis propias convicciones, que se acercan a
los postulados que ha abrazado Pedro, aunque mi ideología no se sitúa en el entorno
comunista. Pero si creo en algo de lo que predica, como es el libre albedrío de
las personas para decidir sobre sus propias vidas sin que nadie interfiera, a
menos que sea absolutamente necesario, y siempre para ayudar, no para intentar
meter baza.
Por descontado
tengo en cuenta el momento de la acción, y la influencia que ejercía la iglesia
sobre la sociedad de la época. Y tengo claro que ante todo se situaban las apariencias
por encima de las personas, aunque aquellas vinieran a través de reglas establecidas dictadas
por alguien muy alejado de la realidad del pueblo llano. Algo que desgraciadamente
casi siempre ha sido así, pues creo que la sensación generalizada es que a veces
los políticos viven a espaldas de lo que piden los ciudadanos. También la iglesia,
que además durante años ha marchado al unísono con los gobiernos, pero que no
ha evolucionado al mismo ritmo que la sociedad (aunque ahora se perciba una tímida
apertura).
De todas maneras
he de decir que el papel que le atribuyen a D. Anselmo me parece histriónico, exagerado
casi hasta el punto del ridículo. Por supuesto, entiendo que en aquellos tiempos
la separación iglesia–estado era inexistente y que la iglesia además de ser un
poder establecido, al estar en primera línea ante las personas era la principal
garante de preservar la moral y las buenas costumbres. Papel que, por cierto,
se atribuyeron ante el inmovilismo popular, no porque tenga que ser así, pues a
diferencia de los gobiernos que son elegidos por el pueblo, los representantes
religiosos no son escogidos por votación popular, ni siquiera por los que realmente
representan. Además el intento de imponer una determinada manera de pensar,
algo que entra dentro del terreno de las convicciones personales, me parece de
todo punto una intromisión inaceptable.
Por lo que la
persecución a la que el sacerdote somete a Hipólito, además de las maneras
bruscas de tratarle, me producen una sensación de rechazo, y no solo porque el
blanco de las mismas sea un chico bueno, que merece ser feliz. Y me alegro que
tanto Pedro como Hipólito le planten cara y en este caso no se sometan a su
arbitrariedad, pues se trata de un asunto que solo le atañe a éste y Gracia, y
en última instancia también a los padres del chico. Por supuesto no le niego al
sacerdote el derecho a opinar, pero si a intentar dirigir la vida de los demás.
Sin embargo intento
ponerme en su lugar y en lo que representa, y sé que tampoco se podría pedir tolerancia
así por las bravas, aunque en más de una ocasión ha demostrado que puede
tenerla. Recordemos las ocasiones que miró hacia otro lado con Pepa y Tristán, Martín y Maria e incluso Bosco e Inés, por citar a algunos. Y que durante años ha
encubierto a Francisca y sus desmanes, algo bastante peor que aceptar que unas
parejas vivan amancebadas.
Y defiendo
que Hipólito y Gracia puedan vivir sin sobresaltos su amor, sin tener que estar
siempre en el punto de mira. Aunque también es cierto que ignorar lo que puedan
decir los demás es una buena solución. Porque llegará un punto en el que beat@s y metomentod@s se cansaran de este tema,
o encontrarán otra víctima a la que dirigir sus dardos.
Por cierto,
acabo de leer una cita que se adapta perfectamente a lo que estoy intentando
expresar: “Para ser feliz debes aprender a ignorar a mucha gente” (de autor
desconocido)
¡A lo mejor tendríamos
que pasarle esta reflexión también a Sol!
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