Hace poco más de un año Severo y Carmelo llegaban a Puente Viejo con un
firme propósito bajo el brazo: la venganza. Y con ellos se planteaba la
posibilidad de ver finalmente a Francisca morder el polvo después de años de hacer
y deshacer a su antojo, dejando tras de sí una estela de desgracia y
sufrimiento.
Sin embargo las expectativas generadas no han llegado a materializarse
del todo. Es cierto que hubo un tiempo que parecía que ello podía ser posible,
pero aparentemente Francisca nació de pie y siempre acaba saliendo de cualquier
atolladero, incluso más reforzada si cabe. Sin haber aprendido nada y sin ceder
un ápice.
También es cierto que probablemente ninguno contaba con que en este impasse
de tiempo Severo encontrara a su hermana y el amor de una mujer preciosa y sin
igual como Candela. Las prioridades pues han cambiado, aunque nunca sin perder
de vista a Francisca que periódicamente vuelve a asomar de una manera u otra
para impedir que puedan vivir en paz.
Y ahora es cuando me pondría otra vez a despotricar contra el personaje
de Francisca, algo que me pide el cuerpo, pero no es esta la intención que llevaba
al empezar este escrito. Quería escribir sobre la trama de los habitantes de La
Quinta.
Evidentemente todos los personajes cumplen una función, aunque sean más
o menos protagonistas. Y los de La Quinta la han cumplido y siguen haciéndolo en
primera línea, aunque con argumentos algo diferenciados de cuando se planteó su
puesta en escena. Ahora no es la venganza lo que prima, si no las relaciones
sentimentales, algo que en esta serie (y probablemente en todas) es un factor
determinante. Y, por supuesto, algo que se espera y se desea, pero que no habría
de impedir que en paralelo se desarrollaran otras historias, como en la vida
real. No todo es tan idílico, y la vida siempre tiene sus altibajos.
Y es precisamente por ahí donde reside mi queja. Me encanta ver a
Severo y Candela en escenas románticas, al igual que la pasión que existe entre
Sol y Lucas, pero también me gustaría
ver al Severo de los primeros tiempos, al justiciero, que junto con su fiel
amigo Carmelo buscaban no dar tregua a Francisca, aunque con métodos diametralmente
opuestos a los que ésta suele utilizar. Y por encima de todo, me encantaría que
no tiraran a la toalla tan pronto y buscaran esclarecer la verdad; más cuando
esta lleva el sello inconfundible de la doña.
Pero, y probablemente es una sensación condicionada por mis simpatías, me
da la impresión que esta trama ahora ya no merece la misma consideración por
parte de los guionistas, e incluso parece amenazada, de alguna manera, por las
nuevas. Que reitero me han atraído desde el principio, aunque ello no me impide
seguir poniendo en un lugar prioritario a los que han captado mi interés en los
últimos tiempos.
Creo que los habitantes de La Quinta aún pueden aportar mucho, tanto en
el terreno sentimental, donde hay dos buenas historias a desarrollar (esperemos
que algún día podamos añadir a Carmelo en ello), como en el resto de las líneas
de acción.
Vale, igual me estoy poniendo en lo peor, y tenga que tragarme todo
esto en unos días o semanas. De hecho espero tener que hacerlo, que las
historias no se dejen marchitar y sigan un curso lógico y coherente. Y que
Severo y Hernando acaben poniéndose del mismo bando, porque es evidente que en
algún momento el segundo acabara siendo molesto para la doña. En un pequeño
pueblo un rival poderoso que haga sombra es mucho, pero dos ya son multitud.
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