19 de enero de 2016

Un corazón compartimentado

Pienso que quitar la vida a alguien, ya sea involuntariamente o por accidente (y más a un ser querido) ha de conllevar un dolor insoportable para una persona corriente, además de mucho tiempo, ya no solo de intentar asimilarlo, sino de perdonarse a uno/a mismo (si es que ello es posible).
También es verdad que cada persona es diferente y puede llevar esta situación a su manera. Y por descontado nadie tiene el derecho a reprochar que sea de uno u otro modo, porque entra dentro de la libertad personal que sea así.
Dicho esto, y ya en el terreno de la ficción, voy a saltarme esta premisa de respeto, y tomarme la licencia de opinar sobre un personaje concreto y su deriva emocional poco creíble.
Entiendo que, en aras de seguir dando visibilidad a Francisca, se ha optado por aparcar su supuesto sufrimiento para permitir que vuelva a lo suyo, que es manipular, conspirar y hacer la vida imposible a cualquier persona que tenga la mala suerte de cruzarse en su camino. Que, por cierto y afortunadamente, cada vez son menos, porque todo el mundo está avisado de las consecuencias de ello, incluidos los recién llegados. Aunque también es verdad que su (mala) fama también ha traspasado los límites de sus “dominios”.
Pero sorprende que la misma Francisca que sufrió una catatonia por la muerte de su hijo Tristán (aunque siempre he pensado que era por los remordimientos, no por el dolor), cuando ha muerto Bosco, el nieto del que se llenaba la boca de querer más que a nada en el mundo, lo haya superado tan fácilmente. Más cuando es la (doble) responsable de esta pérdida. Lo que da lugar a pensar que en lugar de corazón tiene una especie de órgano compartimentado, con estancias estancas, que puede cerrar y abrir a voluntad.
Nada en su actitud actual hace pensar que el recuerdo de Bosco la atormente de alguna manera, aunque su más que empujón para sacarse a su tía de encima podría estar motivado por una especie de depresión que la hace desear estar sola para fustigarse (cosa que no hemos visto aún que haya sucedido). Pero tampoco es que sea una justificación muy convincente, y alejar a Eulalia más bien puede tratarse del deseo de librarse de testigos incómodos. Porque no ha tardado ni un día en volver a las andadas, y no ha variado ni un ápice sus malos propósitos, ahora ampliando el abanico a los Mella.
Insisto, me fastidia tanto retorcimiento, maldad y ruindad, que no deja títere con cabeza. Alguien que anda todo el día fabulando como puede hacerla más gorda, no tiene cabida en ninguna sociedad, ni real, ni ficticia.  

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